Charla realizada en CITA - Centro de Investigación y Trabajo Analítico de la ciudad de La Plata - “Política, Saber y Verdad” 18/07/2007

Presentación

José Lachevsky: Muchas gracias por haber venido a esta reunión, como un aporte más a la relación de nuestra institución con la ciudad, con la cultura. Se trata de una cosa que siempre nos trajo grandes satisfacciones. Y siento una alegría personal ya que nuestro invitado de hoy es Carlos Raimundi, diputado nacional, docente universitario. Es un amigo que tuvo la gentileza de responder a nuestro llamado para más que nada establecer una conversación con nosotros y ver qué podemos hacer en cuánto acercar dos discursos en principio alejados como el de la política y el del psicoanálisis.
Esto va a ser un laboratorio, una prueba, porque no hay nada preparado, salvo nuestra curiosidad. Curiosidad también transmitida por algunos de Uds. que nos dijeron “nunca conversé con un político, una cosa es verlos por televisión, leer en los diarios, y otra cosa es tener esta ocasión para poder hablar mano a mano con uno de ellos. El título que pusimos -genéricamente- es “Política, saber y verdad”, lo que da un marco general y tiene resonancia en ambas orillas.
Le voy a dar la palabra a Carlos, agradeciéndole nuevamente su presencia. Espero que la pasemos bien.

Carlos Raimundi: Muchas gracias por haberme invitado. Aunque los psicoanalistas que están aquí no lo hacen justamente en función de trabajo, para mí es una charla terapéutica. Les agradezco infinitamente no tener que hablar de listas u otras cuestiones electorales. La teoría política reconoce dos fases en esta actividad: la arquitectónica, que tiene que ver con la construcción de un modelo social, de un sistema de valores; y la agonal, que representa la lucha por la hegemonía del poder. Cada vez me convenzo más que en la medida en que un político se compenetra más con la obtención del poder, más se aleja de la otra fase, de la construcción, del diseño político, de pensar la política con mayúsculas. Por lo tanto, una más de las tantas causas del fracaso de la política, de su crisis de legitimidad, es que en lugar de que el armado de las listas sea un instrumento del pensamiento político, la relación entre ambos términos se ha invertido. Quienes piensan la política se han convertido -en el mejor de los casos, en caso de que sean reconocidos- en un instrumento de los armadores de listas.
Una segunda cuestión es que, actualmente, la política, en oposición a lo que sostienen algunas teorías tradicionales, es algo extraño al poder. Hoy la política es, más bien, un gerente administrativo de un conjunto de poderes permanentes que residen en otra parte. Me refiero al poder financiero, y especialmente a los conglomerados de comunicación. En cuanto a estos últimos, la etimología de la palabra está desnaturalizada: los medios no trasmiten la realidad, sino que la construyen.
El título de la charla es, de alguna manera, una excusa para conversar. Y en este sentido refloté mi recuerdo de la primera vez que concurrí a CITA, hace varios años, en una sede distinta de ésta, en la que Ignacio Lewkowicz desplegó todo su potencial “baumanista” (por Zygmunt Bauman) acerca de la “era líquida”. La sensación con la que me fui de aquella charla fue: “es cierto de que la fluidez remplazó a lo sólido, ahora bien, en medio de este reinado de la “liquidez”, ¿de qué punto fijo me sostengo? Porque de alguna referencia ética hay que tomarse. Si sólo fluyéramos con la corriente, como por una tubería, no nos podríamos detener… Y es en este sentido que la política debería, en lugar de ponerse como finalidad el armado de listas -que es el instrumento, la consecuencia, y no la ratio del pensar la política-, ponerse como objetivo el aportar a nuestras sociedades algún parámetro de certidumbre.
A diferencia de la mayoría de Uds., mi generación se formó en una etapa en que todo estaba previsto. Aún nuestras mismísimas utopías eran estructuras, desde los sueños hasta los enemigos eran estructuras. Estructuras que eran, además, abstractas, estaban presentes en nuestro pensamiento, se trataba de una construcción de nuestro pensamiento, de “la imaginación al poder” de aquel París de 1968, de aquel “hombre nuevo” de Ernesto “Che” Guevara. Luchábamos contra el “imperialismo”, que no digo que no exista, pero que muchas veces nos sirvió de excusa para no asumir nuestra propia responsabilidad en el frustración que sufrió aquella generación.
Entre los jóvenes de hoy parecería darse el caso contrario. No sabemos bien dónde estamos, ni hacia dónde vamos, ni qué instrumentos vamos a construir para llegar desde ese no-lugar hasta aquel no-objetivo. Y todo esto crea una interferencia muy fuerte en la comunicación intergeneracional.
Luego quisiera expresar una idea acerca de “la juventud”, pero por ahora quisiera, aunque sólo sea, insinuar alguna pauta de certidumbre política.
¿De dónde venimos? ¿De qué momento histórico de la humanidad formamos parte? Venimos de un sistema de ideas organizado a partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Esa arquitectura del poder mundial de la posguerra no existe más. Las instituciones financieras como el FMI, el Banco Mundial o el GATT (que más tarde devino en la OMC) ya no cumplen la función para la que fueron creadas. Lo mismo ocurre con la Organización de Naciones Unidas desde el punto de vista político.
Esto constituye un profundo retroceso civilizatorio, por cuanto el sentido principal de la ONU fue establecer un marco de referencia jurídico internacional que le pusiera límites a la fuerza. Ahora bien, cuando en 2003, supuestamente a raíz de los atentados, los EE.UU. dicen: “miren, yo voy a invadir Irak, le pido autorización al derecho internacional, pero si el derecho internacional no me autoriza yo invado igual”, la fuerza del imperio vuelve a prevalecer sobre el derecho, y rompe el paradigma de posguerra.
Otro paraguas de certidumbre era la pertenencia a un bloque. Cada país sabía que si ocurría un conflicto, allí estaría una de las dos superpotencias acudiendo en su defensa, lo que en verdad era en defensa de su propia hegemonía. Hasta el propio “Movimiento de No Alineados” creado en 1955 remite a la situación de alineamiento. En definitiva, existían reglas de juego, límites de influencia territorial, límites para el comercio, para los sistemas económicos, con elementos positivos y negativos, pero límites al fin.
Un siguiente marco de referencia era la pertenencia a un Estado. Para no ir demasiado lejos en esto, en un artículo muy interesante, Beatriz Sarlo se responde a la pregunta: “¿qué significó durante el siglo XX ser argentino?”, a lo que responde circunscribiendo la argentinidad a contar con un sistema de educación pública de alta calidad y tener un empleo estable. Eso era ser argentino, abarcaba prácticamente a la totalidad de los argentinos. Se presentaba una conflictividad política de superficie, pero no había conflictividad social profunda. Por eso se aceptaba socialmente de manera indistinta, casi con indiferencia, la sucesión de gobiernos civiles y militares sin un cuestionamiento de fondo, mientras todos contasen con aquellos pilares básicos de argentinidad.
Y otra pertenencia importante era el partido político. En nuestro país, los partidos políticos durante el siglo XX dividieron familias. Las personas se enemistaban por adherir a partidos distintos aunque formaran parte de la misma familia. Todo esto no existe más.
Y es justamente durante estas décadas de posguerra que tanto occidente como el bloque soviético crecen a un ritmo sin precedentes en toda la historia de la humanidad. Crece desde la matriz política del Estado de Bienestar, y desde la matriz productiva de la tecnología militar. Por eso, a cada momento de cambio en el paradigma productivo le corresponde una guerra. La crisis del petróleo de 1973 y la Guerra de Medio Oriente, la caída del Muro y de la Unión Soviética y la primera Guerra del Golfo, y los atentados del 11-S y el despliegue asiático de los EE.UU., no ya virtual o disuasivo sino con presencia de alrededor de 400.000 marines asentados en el propio territorio de Asia.
Decía que ese crecimiento se apoya en la matriz política del Estado nacional, pero resulta que, paradójicamente, ese mismo despliegue económico a partir del Estado constituye el germen del propio debilitamiento del Estado. Por dos vías muy distintas pero convergentes: por un lado las grandes formaciones de capital internacional, y por el otro la sociedad civil y sus tres grandes movimientos, el pacifismo, el ecologismo y el feminismo.
Hoy estamos ante un Estado nacional que despierta pasión en los mundiales de fútbol, pero que no tiene ni una mínima parte de la autonomía política que había sabido tener. Para dar sólo un ejemplo, si sumáramos el monto de todos los fondos que acumulan los bancos centrales de los países “independientes” o “soberanos”, tendríamos -como mínimo- una suma sesenta veces inferior al volumen total del capital financiero privado que está circulando en el mundo. Notarán Uds. que resulta imposible dominar a este poder financiero desde el poder político, y se trata de una brecha que lejos de acortarse se sigue ensanchando.
En la etapa que estamos describiendo nos encontramos con un punto de inflexión en 1973, y se trata de la denominada “Crisis del Petróleo”.
Los primeros años 70 constituyen un punto de encuentro de una serie de factores, a los que sólo voy a enumerar. Al momento de crearse la Organización de las Naciones Unidas (ONU), únicamente firman su carta fundacional 51 países soberanos, no existían muchos más además de esos, mientras que hoy suman más de 190. A partir de allí se inicia el proceso de descolonización afroasiática, comenzando con la independencia de la India, en 1949. Este proceso se organiza a partir de sendos movimientos de liberación nacional que perseguían el objetivo de la independencia política. Desde la Iglesia católica surge el Concilio Vaticano II a iniciativa del Papa Juan XXIII, en pos de una apertura de la liturgia, así como un llamado al compromiso de la Iglesia con la pobreza. En 1959 triunfa la Revolución Cubana y se proyecta sobre la juventud de América Latina la figura de Ernesto “Che” Guevara. En los EE.UU. tienen lugar las luchas por la igualdad racial, que Martin Luther King sintetiza en la marcha más multitudinaria que ese país recuerde, con la frase “tuve un sueño, soñé que negros y blancos somos iguales”. Unos años más tarde la resistencia popular de Vietnam desaloja de su territorio a la fuerza militar más poderosa del planeta, y desde la resistencia moral de la juventud estadounidense hacia esta guerra que se les tornaba inexplicable, surgen los movimientos de paz, culturales, artísticos y musicales que tanta influencia tuvieron entre los jóvenes de todo el mundo. En Europa, mientras tanto, se producían contemporáneamente la “Primavera de Praga” y el “Mayo francés”, en 1968.
En suma, si uniéramos nuestra primera línea de trabajo de hoy, que era el crecimiento económico, con esta segunda línea de “romanticismo revolucionario”, es aquí donde se produce ese punto de inflexión que marcó a fuego el devenir del mundo a partir de estos primeros años setenta. Se trató de una profunda lucha política que abarcó al conjunto de la humanidad desde diferentes ángulos, disciplinas y cultura, y que tenía como paradigma luchar por objetivos no materiales y no individuales, sino éticos, igualitarios y colectivos. Y sus protagonistas tenían la edad que tienen hoy mis alumnos de la Facultad de Derecho, quienes, en líneas generales, persiguen -en cambio- metas individuales y materiales.
El núcleo de esta cuestión es que todo este movimiento ponía en tensión la distribución de la riqueza acumulada en el mundo, durante las tres décadas de posguerra, lo que era, en definitiva, un cuestionamiento al poder. Y eso no es gratuito, hubo una lucha, y las ideas -o, más bien, los intereses- conservadores, ganaron la batalla, e instauraron en el mundo, especialmente en el Tercer Mundo, la primera fase del ajuste estructural.
Es en este momento que los árabes determinan el aumento del precio del petróleo, lo que impacta fuertemente en el mundo desarrollado. Pero la respuesta de los países industrializados no se hace esperar: liberan las plazas financieras a partir de que Nixon decreta la “inconvertibilidad del dólar”, de modo que los países petroleros encuentran más beneficios colocando sus ganancias en esas plazas financieras del mundo desarrollado que en sostener el desarrollo de sus propias sociedades; conseguían con ello mayor rentabilidad.
La crisis del petróleo precipita la revolución tecnológica, debido a la necesidad del mundo desarrollado de indagar sobre nuevas fuentes de energía, y nuevas formas de producción y de desarrollo menos dependientes del petróleo. Y es así que los denominados “petrodólares” se convierten en una de las fuentes de financiamiento de dicha revolución tecnológica. La otra fuente de financiamiento la constituyen las deudas externas contraídas por las dictaduras de los países latinoamericanos. Y no me refiero a la deuda externa sólo en términos contables, sino como condicionante político de las etapas subsiguientes. Porque cuando se desgastan los gobiernos militares en América del Sur, y se produce el retorno de gobiernos elegidos, estallan las demandas sociales de mayores y mejores políticas estatales, pero van dirigidas a Estados que habían sido vaciados por las dictaduras en cuanto a sus posibilidades de respuesta. Y esto opera, además, como otra causal de la frustración democrática de la América Latina de los años noventa, al haber generado las nuevas democracias una expectativa cuyos gobiernos no pudieron satisfacer. Y así, ante esta insatisfacción social generada por las recetas populares, se legitima electoralmente el neoliberalismo, segunda fase del ajuste estructural.
La primera fase de ese ajuste consistió en remplazar los patrones tradicionales de la economía latinoamericana, de matriz estructuralista diseñada por la CEPAL, y que eran desarrollo, producción, empleo, distribución social, inversión productiva, por los parámetros del monetarismo, tales como políticas arancelarias, tipos de cambio y tasas de interés, instituciones absolutamente financieras, y no productivas. Al interior de nuestros países había sin duda una dura puja distributiva por el ingreso, pero esa puja es justamente la verificación de que nuestras economías generaban tal ingreso. Fíjense Uds. que el “Cordobazo” es una lucha reivindicativa de un movimiento obrero-estudiantil que contaba con niveles educativos y salariales que hoy los estudiantes y los obreros envidiarían. En definitiva, se luchaba contra la burguesía nacional, pero ésta existía, y fue precisamente ese empresariado nacional lo que se desmanteló durante esta primera etapa del ajuste estructural.
Con la política cambiaria y de aranceles, se facilitó la importación y se obstaculizó la exportación; y con la política financiera se fomentó la colocación de dinero a corto plazo y alto rendimiento. Fue así que los sectores productivos prefirieron enajenar sus establecimientos y colocar la plata en los bancos, pero más tarde llegó lo que se denominó “la tablita”, un cronograma programado de descenso de las tasas de interés. El empresariado nacional, que ya había vendido sus fábricas, se quedaba ahora sin sus ahorros, a expensas de un puñado de grupos económicos, a los que luego se conoció como “los dueños de la Argentina”, y que fueron los que compraron durante los años noventa las empresas públicas de servicios, en el proceso de privatización. Se consumaba así la segunda fase del ajuste estructural: el desmantelamiento del Estado.
La tercera fase del ajuste tiene por objetivo la apropiación de los recursos naturales. La cuestión de los recursos naturales tiene una gran vigencia, y se relaciona con los problemas surgidos por los límites energéticos. Resulta sorprendente que una región como América Latina, que cuenta con fuentes únicas de biodiversidad, agua potable y energía, y no tiene conflictos raciales ni religiosos de carácter estructural, no esté jugando un papel más preponderante en el mundo, y, paradójicamente, atraviese problemas originados en disputas por la energía (gasoducto del Sur, provisión de gas a Chile, precios del gas exportado por Bolivia, consumo de agua, deforestación y contaminación por las papeleras). Esto me lleva a la conclusión que, a diferencia de lo ocurrido en décadas anteriores cuando los contextos político, económico y social eran desfavorables, hoy el déficit para una presencia mayor de América Latina en la agenda internacional es una crisis de liderazgo, reflejada en la presencia de presidentes que gobiernan para el título del diario del día siguiente, en lugar de estadistas con visión de largo plazo. Fue precisamente la visión estratégica de los líderes europeos de posguerra, lo que abrió paso para que hoy Europa sea la región con sociedades más cohesionadas del planeta, a cuya Unión los países que todavía no la integran desean ingresar, a diferencia de lo que ocurre con el MERCOSUR, de donde algunos países, como Uruguay, se quieren alejar.
¿Cómo construir ese liderazgo en una región que no ocupa una posición predominante desde lo comercial o lo geopolítico? Precisamente desde una posición ética. Si el terrorismo, que es una de las principales amenazas que afronta la humanidad, representa la bajeza moral de la muerte de inocentes, el ataque artero, la imprevisión, la respuesta no puede ser un vector de sentido contrario pero del mismo tenor, como la que ejercen los EE.UU., esto es, con muerte de inocentes, ataques arteros, torturas, invasiones, etc. Tampoco es viable la actitud de Chávez, que propone enfrentar a los EE.UU. acercándose a Irán.
Cerca del final, unas palabras acerca de la juventud. Una cosa era “la juventud”, en momentos en que nuestra sociedad era un conjunto más homogéneo. En ese contexto sí era válido hablar de planteos generacionales, por cuanto la “generación” era también, de alguna manera, un conjunto homogéneo. Otra situación es la de hoy, cuando los jóvenes no escapan a la fragmentación general de la sociedad. En este sentido, un joven del conurbano, atacado por la droga y sin estudios, muy poco tiene que ver con un aspirante a un posgrado en el exterior, graduado en una Universidad privada, pasando por todos los matices intermedios.
Penúltimo concepto: en este marco de incertidumbre, la política debe plantear dos o tres grandes objetivos fundamentalmente desde lo ético. La claridad es, en este contexto, una inversión mucho mejor que cualquier componenda electoral. Si en cambio, en la creencia de obtener unos cuantos votos, lo que se propone es que acuerden quienes no piensan parecido ni evidencian unidad de concepción, la política se queda sin modelo que ofrecer, y con ello sin liderazgo cultural y sin legitimidad.
Finalmente, opino que ni en América Latina ni en la Argentina en particular hay Democracia. Estamos, eso sí, en presencia de gobiernos electos en comicios que en términos generales no son fraudulentos. Pero al preguntarme si las personas que votan ejercen verdaderamente, al hacerlo, su libertad de decisión, no es así. Yo prefiero irreversiblemente la posibilidad de votar a la de no votar, pero me resisto a limitar el concepto de Democracia a la sola ausencia de dictadura militar. Además del mecanismo procesal, creo que la Democracia implica un nivel de calidad de vida, así como la construcción y el mejoramiento del ’sujeto democrático’, y el sujeto democrático no es el que vota, sino el que decide. Y aquí reside la diferencia.
Termino aquí, con esto que son simplemente títulos que espero podamos desarrollar y controvertir con nuestro diálogo.

José Lachevsky. Bueno, hoy hemos escuchado cosas distintas, no es lo que estamos acostumbrados a oír en CITA. Bienvenidas sean y veamos qué nos dispara para el rato que nos queda. Aprovechamos la presencia de Carlos para conversar. En principio, Carlos hizo una enumeración de caídas: Fondo Monetario, Organización del Comercio, Naciones Unidas, el Estado, la educación pública, la Unión Soviética, el Muro de Berlín, el empleo estable. Nosotros lo pensamos como los grandes Otros que iban estructurando una relación entre los sujetos, etc., etc. Manejamos una idea al hablar de un Otro que ya no existe. Las Naciones Unidas constituyen un súper gran ‘otro’, por ser el lugar que aglutina y legisla sobre todos los países. Se acaba de explicar, nada menos, el por qué quedó invalidada como institución que ordenaba una forma de vivir en este mundo. Es lo primero que se me ocurrió. Abramos el diálogo.

-Todo lo que nos relató lo podríamos retraducir punto por punto a acontecimientos, que es lo que nosotros tratamos de entender empíricamente. Cada una de esas caídas la llamamos caída del ‘gran Otro’, del nombre del padre, organizadores psíquicos -podríamos decir- de los modos de satisfacción. Y se nos plantea la misma pregunta, y es ‘qué ofrecemos como respuesta clínica’. Aquí coincidimos en que la posición desde la cual se debe responder y la orientación es la orientación ética.

-Otra cosa que quedó bien clara es que hay algo que se desencadenó y es la voracidad de la renta. No sólo se trata de la declinación de los organizadores sociales, como contexto, sino que hay algo que se volvió loco, desencadenado, automultiplicado, invisible pero que está por todos lados, es decir, ilocalizable. Lo cual tampoco contribuye a cualquier idea que puede identificar un enemigo para organizar un mundo frente al cual hacer contrapeso.

-El resumen de los acontecimientos de los últimos cincuenta años en cincuenta minutos resulta bastante pavoroso. Estado, utopías, ideales, en fin, todo aquello que podía remitir a una cierta organización, a una cierta referencia en cuanto a dónde ubicarse. Clínicamente, nosotros tenemos una tarea muy distinta porque no es general, sino caso por caso, situación por situación. La ética que de pronto tratamos de implementar es individua
-Estaba pensando en esto de las satisfacciones. Esta política de las satisfacciones individuales atraviesa la brecha social, porque satisface al que consume el paco y la cerveza, y también a aquel que va a la Universidad de San Andrés. Entonces, dónde está la posibilidad de sujeto democrático que decide. El sujeto busca su satisfacción y no hay decisión, o hay un estrechamiento de la decisión buscando la satisfacción. No hay construcción con otro. Es muy difícil producir sujetos responsables, salvo en este ‘uno por uno’ del análisis o en sociedades comprometidas y concernidas en procesos de cambio. La gente está muy empujada a satisfacerse uno por uno y este individualismo irresponsabiliza.

-Qué puede colectivizar que no sea un ideal segregativo. Cualquier ideal va a armar de inmediato rasgos de segregación, ya que hay casi tantos ideales como modos de satisfacción se agrupen. Los modos de satisfacción producen agrupamientos, que son como pequeñas celdas, donde gozamos unos cuantos de la misma pequeñez. Pero eso no se colectiviza realmente al punto de poder organizar una contracultura. Por lo tanto, cuando Carlos plantea la cuestión de la moral o de la ética, asumimos el riesgo de proponernos encontrar cuál es ‘la’ moral o ‘la’ ética universal. ¿Cómo se vuelve a armar un ‘uno’ donde ya cayó todo? ¿Qué es lo que puede colectivizar?

Carlos Raimundi. Lejos de estar próximos a esa contracultura, la cultura dominante nos va absorbiendo de a uno. ¿Qué es, sino eso, ver a Nina Pelozo bailando en lo de Tinelli?
La disputa con ese enemigo invisible, ese poder económico omnipresente, siempre fue acompañada -lo dijimos- de un conflicto bélico. Es así que en 2005, el presupuesto militar de los EE.UU. era superior a la suma de los presupuestos militares de los veintiun países siguientes. Y en 2006, fue superior a la suma de los treinta y cinco países siguientes, reitero, todos sumandos. Y es cierto que el enemigo es más invisible, más etéreo que nunca. Hasta el 11-S, el esquema de defensa tradicional tenía en cuenta el despliegue de un ejército regular representando a un Estado sobre un territorio. A partir de ese momento, el enemigo no tiene rostro, no hay un teatro de operaciones definido, no avisa, y no tiene un blanco concreto, sino sembrar el terror. Y de nada sirve aplicar contra él la amenaza de daño, porque es el mismo enemigo el que decide inmolarse en aras de su causa. Ellos sí tienen una causa que, para ellos, es moral. En lugar de elevarse por encima de ese plano y proponer una agenda de desarrollo, los EE.UU. responden con el contraterrorismo, aumentando el pánico en vez de la seguridad. Y crean la doctrina de la ‘guerra preventiva’, cuyo enunciado es: “como creo que me van a atacar, ataco primero”. Se trata de una guerra que no se sabe cuándo empieza, y por lo tanto tampoco cuándo termina, es decir, el mundo está en estado de guerra permanente.
Ante esto, el único camino que veo para la política es volver a las grandes causas. Gandhi y su ejército popular es una de las imágenes que tengo. O la persistencia de las Madres de Plaza de Mayo, desarmadas frente al poder. La autoridad moral por sobre la fuerza. La recuperación de la virtud como valor de la política. El retorno a la noción de la polis, como ciudad-estado en que la autoridad reconoce al ciudadano. Desde que la autoridad estatal dejó de reconocer al ciudadano, no hubo más ciudadano, pero tampoco hubo más Estado. La autoridad pública se define por la ciudadanía que es capaz de construir, no por su poder de dominio. Mientras prive la disputa por lo únicamente económico, y no por las convicciones, no hay reconstrucción de legitimidad posible. Y esto perdurará mientras en el Congreso se voten las leyes por conveniencia y no por convicción, mientras los Jueces fallen por conveniencia y no por convicción, mientras los controladores hagan la vista gorda a cambio de una prebenda, etc.
Unas semanas atrás, en el cierre de un Seminario que tuvo lugar en los EE.UU., el ex presidente de México, Ernesto Zedillo, explicó el proceso de reformas institucionales que afrontó en su país, y del que resultó que su propio partido, el PRI, perdiera las elecciones después de más de setenta años ininterrumpidos de gobierno. Cuando uno de los varios economistas presentes -economistas que razonan desde la lógica de ‘costo-beneficio’ le preguntó cuáles habían sido los ‘incentivos’ para una estrategia tan desfavorable a los intereses de su partido, Zedillo le contestó: “por qué debía tener yo un incentivo superior a creer que estaba haciendo lo correcto”.
Permítanme una descripción más de este poder económico invisible pero tan penetrante, que se filtra por todos los rincones, en términos de clientelismo. Lo que quiero decir es que el clientelismo no es sólo un mecanismo que utiliza como instrumento a la pobreza. Se ha convertido, más bien, en un modo de organización social. En la relación del Estado con el contratista mediante un porcentaje del precio a cambio de ganar la concesión, o el arreglo entre un funcionario o repartición pública y un medio de comunicación a cambio de la pauta publicitaria o de un subsidio al papel para imprimir, implican relaciones clientelares que trascienden la cuestión de la pobreza, y que están en las antípodas del concepto de “causa”. Y es a partir de este tipo de relaciones que se afianza esta ficción de poder político en medio de la cual vivimos.
Una alternativa en la que estoy pensando por estos días es la reconstrucción de las nociones de izquierda y derecha, no ya con eje en Moscú y Washington, sino como un espacio desde donde posicionarnos para pensar en cuestiones fundamentales de la vida y de la política. Cuestiones como las causas de la inseguridad, el mayor o menor poder del Estado, el derecho a las relaciones entre personas del mismo sexo, y tantas otras. Me refiero a construir nuevos marcos de referencia ideológicos, como organizadores políticos, en paralelo a los organizadores psíquicos a que Uds. se refieren. En ese sentido, creo que hay sobredeterminación entre unos y otros.

-Le quiero hacer una pregunta: ¿dónde ve las grandes causas en el mundo de hoy? Salvo en aquellos países, los del llamado “Eje del mal”, que son los que se plantan nítidamente diciendo que no a los EE.UU. Me guste o no, fuera de ellos, de Irán o Corea del Norte por ejemplo, no se ven claramente otras grandes causas en el mundo de hoy.

Carlos Raimundi. Antes que nada, ¿quién dice qué está mal y qué está bien? En este caso es el poder, pero yo no lo asumo como concepto propio. Ahora bien, ¿qué es “el mal” para el poder? Aquello que lo cuestiona, que lo golpea en su centro de gravedad. Por eso no vemos grandes causas en otro lado. Pero una de las misiones de la política es crear acontecimiento, es decir, crear un cuestionamiento al poder, pero desde otro lado, desde una doctrina altamente moral, no necesariamente violenta.
Un gran deseo mío es poder escuchar al no-poder sin necesidad que éste deba necesariamente clandestinizarse, son construir un modelo donde el mayor poder esté asociado con la mayor capacidad de escucha.

-Siguiendo con la traducción… Lo escuché por primera vez en Jacques-Alain Miller, pero hay un antecedente en Lacan. Me refiero a cuánto y cómo contribuyó el psicoanálisis a la caída del nombre del padre. Era una suerte de rectificación o autocrítica. Algo así como decir, “por qué quejarnos ahora de que no hay padre, no hay ‘gran otro’, cuando nosotros por años contribuimos a su declinación. ¿Y ahora qué proponemos?
El segundo punto es que me parece que el psicoanálisis tiene una ventaja respecto de la política en cuanto a una salida, ya que trata con un sujeto individual, quien si no logra su objetivo está insatisfecho y puede consultar, y si lo logra está angustiado y también puede consultar. Por un lado o por el otro el síntoma brota y esa es la posibilidad que tenemos los analistas para ‘fabricar’ a partir de ahí sujeto responsable, y que la responsabilidad de su síntoma tiene que ver con otras cosas. Lo que no se puede es pretender una salida individual y material, y después angustiarse por estar solo.
Esto siempre quise decírselo a los políticos. El movimiento de rectificación hacia el sujeto democrático es prácticamente inexistente. Esto es así porque en plan de conseguir votos nunca lo van a acusar de nada ni lo van a responsabilizar de nada. Al que se acusa es a otro político; al sujeto del que necesita el voto se lo ubica como un síntoma de otra gestión política, y trata de sumarlo a su causa. Pero, como analista, no veo sobre ese sujeto ninguna acción.

Carlos Raimundi. Está claro, en todo este proceso no hay sociedad inocente, mucho menos sociedad virtuosa. Pero hay dos caminos para afrontar este desafío de interpelar al votante desde la política. Uno es la soberbia: “yo tengo la verdad, pero Uds. son tontos y no me entienden”. El otro es la docencia, explicar que se trata de un proceso, de una interacción, que hay un vínculo entre los términos de la relación. Lo que veo últimamente es que algunos políticos pretenden pasar del extremo de negar la responsabilidad de la sociedad por demagogia, a tratarla como idiota.

José Lachevsky. Correcto, si no hay transferencia, no hay interpretación.

Carlos Raimundi. Ahora bien, en una persona sometida a la más tremenda de las pobrezas no hay de dónde agarrarse para construir un sujeto responsable, sino que se debe empezar de mucho más abajo, como proveerle lo esencial para vivir.
El problema es que la política tradicional ha diseñado un modo perverso de relación entre el Estado y la sociedad, que se podría resumir así: “para que yo puede seguir siendo dirigente político, esa persona tiene que seguir siendo indigente. Porque el día que deje de ser eso, yo dejo de ser lo que soy”. Esto encierra toda una concepción profunda del poder como dominio. Otros que soñamos con tener una especie de poder de transferencia, no en el sentido en que lo usan ustedes, sino como redistribución, no sólo del ingreso, sino de la capacidad de decidir. Por ejemplo, no hacer un plan de viviendas estándar, sino que el ciudadano decida si prefiere tener una parra o una higuera, si quiere ventanas grandes o no.
Hoy, en cambio, la pobreza somete. Si a ese pobre yo le entrego mi palabra, pero él necesita más que eso un par de zapatillas, porque está descalzo, vota al que le da las zapatillas. Y lo peor de todo es que están apareciendo dirigentes que siempre dijeron querer liberar a esas personas de la pobreza, pero como ven que no pueden hacerlo fácilmente, prefieren comenzar captando la voluntad de otras capas sociales. El peligro de esa estrategia es que se desnaturalice y que termine siendo instrumento de esas otras capas sociales. A algunos de esos dirigentes los tengo muy cerca…

José Lachevsky. Carlos, te agradecemos mucho.