La política exterior argentina desempeño un papel inteligente en el conflicto de Crimea. Por un lado, asumió una posición diplomáticamente correcta y ajustada a derecho en su voto como miembro del consejo de seguridad de la ONU, en rechazo al plebiscito.

No podría haber hecho otra cosa desde el momento que mantiene relaciones diplomáticas con el gobierno de Ucrania y que, además, representa la posición de otros países de la región.

Un párrafo aparte merece la comparación con la parodia de referéndum convocado por el gobierno colonial de Malvinas. Si bien puede encontrarse trabajosamente algún punto de contacto alrededor del vocablo "autodeterminación" –no del principio de derecho internacional–, existe una distancia sideral en términos jurídicos entre una población implantada en una zona militar que se encuentra a 18 mil kilómetros de su metrópolis, y un pueblo como el ucraniano, que confronta 1000 años de pertenencia a Rusia contra 60 años de anexión formal por cesión, además de la contigüidad territorial entre Crimea y Rusia.

De todos modos, lo que subyace en el fondo de esta cuestión es una disputa de hegemonía a nivel mundial entre los grandes centros de poder real y los estados soberanos del sur. Entre los primeros citamos a los grandes conglomerados financieros, petroleros y de comercio de armas, que tienen como epicentro los capitales estadounidenses pero que van mucho más allá de la voluntad de su propio presidente. Se trata de una disputa de hegemonía contra una Rusia de Vladimir Putin, que nada tiene que ver desde el punto de vista económico con la Unión Soviética de la Guerra Fría, pero que sí desafió a EE UU al otorgarle asilo a Edward Snowden y al detener la intervención militar en Siria.

Existe un paralelismo –en términos generales, y más allá de sus diferencias y contradicciones internas– entre las situaciones de la llamada primavera árabe, la desestabilización de Venezuela y el derrocamiento del presidente Yanucovich de Ucrania. En todas ellas, se invirtieron ingentes recursos del capital trasnacional en las grandes cadenas mediáticas, en la propaganda de los partidos opositores y se entregaron armas a sicarios. En todas ellas se ha seguido el manual de instrucciones desestabilizadoras de los gobiernos soberanos explicitado por Gene Sharp en el apéndice de su libro De las Dictaduras a las Democracias. El común denominador es la necesidad de los grandes centros de poder de controlar los mayores yacimientos energéticos del mundo, apropiarse de su renta y financiar con ella la crisis del capitalismo financiero internacional.

Los intentos desestabilizadores en la Argentina no han llegado al mismo estadío. No obstante, cuando decimos democracia o corporaciones, hay fuertes puntos de contacto entre los intereses de esas corporaciones que conspiran en nuestro país, con estos conglomerados financieros internacionales. De aquí la importancia de la reciente comunicación entre nuestra presidenta y Putin, y la denuncia del capitalismo financiero internacional que viene reiterando la Argentina en todo los foros internacionales.

Publicado en Tiempo Argentino

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