por Pedro Lanterialt

Creo que algunas personas ven a las Madres de Plaza de Mayo con un solo ojo. Como cuando se quiere mirar el grado de pureza de un diamante. Las Madres son un diamante pero no se las puede examinar con un solo ojo, ni siquiera con los dos.

El ojo cerrado es el que impide ver a las Madres como las únicas dueñas de lo que supieron conseguir y también de las decisiones soberanas que toman todos los días sobre esos bienes que poseen y que son el amor incondicional a sus hijos revolucionarios, el reclamo constante de juicio y castigo a los genocidas y la socialización de la maternidad.

También crearon una universidad, una radio, una editorial, el Ecunhi, dos bibliotecas, libros, periódicos, revistas, y diariamente Hebe junto a las Madres toma decisiones puntuales, precisas, minuciosas siempre  listas para ser respetadas y cumplidas por cada una de las personas que trabajamos junto a ellas. Esas decisiones a veces pueden significar cambios profundos en las estructuras de esos ámbitos, inclusive el abandono de las tareas específicas, un giro de funciones ,un cambio de rol, de oficina, de micrófono o de posición en la cancha.

Hebe es la presidenta, nosotros sus funcionarios. Y así marcha la cosa. A veces aparece un Redrado o un Cobos a escupir el asado pero en términos genuinos y concretos a las Madres se las respeta y se las obedece.

Porque nos dieron una posibilidad única. Inapreciable. Ni más ni menos que trabajar junto a ellas. Formar parte de su aldea. Vincularnos con su mundo. Yo le quiero quitar dramatismo a estas palabras pero también soberbia a ciertas personas que, mirando desde afuera, opinan graciosamente sobre cosas serias.

Las Madres de Plaza de Mayo todos los días inventan una novedad. Y a pesar de soportar vientos muy fuertes capearon muchos temporales porque ellas mismas son  un viento huracanado y ardiente. Pero no son una empresa, ni una ONG, ni una sociedad de beneficencia. Se constituyeron en una asociación política de mujeres que decidieron apostar a que con el amor incondicional a sus hijos revolucionarios, con el reclamo constante de juicio y castigo a los genocidas y con la socialización de la maternidad iban a poder hacer realidad una utopía soñada por muchos pero nunca concretada. Y ellas lo hicieron posible.

Porque empezaron solas, se convirtieron en miles y dejaron sembrada para siempre en el camino una semilla de vida que no morirá jamás. Por eso le debemos todo y nunca nos deberán nada. Por eso seguimos sus huellas. Por eso la única respuesta que tendremos  para ellas siempre será: Gracias Madres. 

Una y otra vez, ahora y siempre: Gracias Madres.

El autor es ex director de la Voz de las Madres y actual presidente de ALDEA (Asociación por la Libertad, Difusión y Expresión de América Latina)