Ciclo de Talleres por la Reforma Social en Córdoba:

El Mercosur:

Disertantes:
Dr. Pablo Bustos.
Dip. Carlos Raimundi.
Moderador:
Omar Ruiz.
Fecha: 1 Septiembre de 2006.
Lugar: IES – Siglo XXI – Córdoba.


Carlos Raimundi: Buenas noches y muchas gracias por permitirme hablar con ustedes. La verdad es que no pensaba empezar de esta forma, pero veo la centralidad que se le da a la cumbre del MERCOSUR realizada en esta ciudad de Córdoba.
Permítanme asociarla con una escena de mi vida personal, no se si a alguno de ustedes le habrá ocurrido. Ustedes vieron que todos tenemos, dentro del curso, compañeros más y menos cercanos. Cuando hice el viaje de egresados del Colegio secundario, algunos de los menos cercanos me decían: “vos sabés que estuvimos cinco años viéndonos a diario y pese a esto no te había descubierto como persona. Recién ahora me doy cuenta de lo valioso que sos; creo que a partir de ahora va a comenzar una relación nueva entre nosotros”. Al otro día de finalizado el viaje, las cosas volvían a ser exactamente igual, volvían a presentarse con la misma indiferencia que en los cinco años anteriores.
Lo mismo pasa con las cumbres. Las cumbre no modifican la relación cotidiana del MERCOSUR. Se trata de hechos simbólicos, muestras para la prensa, una cosa gestual que no modifica la indiferencia cotidiana. Esa es la sensación, en términos muy simplificados, que me despiertan las cumbres.
Fíjense que tenemos Cumbres de las Américas, Cumbres Iberoamericanas, Cumbres de las Presidentes Latinoamericanos, Cumbres de la Comunidad Sudamericana de Naciones y Cumbres del MERCOSUR. Todas derivan en muchos centímetros de prensa grafica, muchos minutos de televisión y radio, y la vida cotidiana de las personas sigue igual que antes de que tuvieran lugar esas cumbres. Sencillamente, creo que las cumbres no modifican la realidad, aquella realidad que las decisiones de política interna, los acuerdos de ministros, las resoluciones de los grupos de trabajo, no están dispuestos a modificar.
Recuerdo que yo era Presidente de la Sección argentina de la Comisión Parlamentaria Conjunta del MERCOSUR cuando se planteó el “relanzamiento” del bloque en la Cumbre de Buenos Aires en junio de 2000. Luego, en diciembre de ese año tuvo lugar la Cumbre de Florianópolis. Se gastó un dineral y se propuso la coordinación de políticas macroeconómicas en tres grandes aspectos como el nivel de déficit, de endeudamiento y de inflación. Todas cosas anotadas en el agua. Si de Cumbres se trata, la reunión de Presidentes del MERCOSUR tiene aprobada la Carta Sociolaboral que establece los derechos básicos de los trabajadores, jamás cumplida.
Un agregado: las cumbres de presidentes no constituyen un órgano decisorio, no lo son. Tales órganos decisorios son el Consejo del Mercado Común integrado por los ministros de relaciones exteriores y economía, el Grupo del Mercado Común conformado por los secretarios de área, los subgrupos técnicos, la Comisión Parlamentaria Conjunta —en un futuro próximo Parlamento del MERCOSUR— y el Tribunal Arbitral. Para que las cumbres sean operativas y las declaraciones presidenciales puedan tener efectos decisorios, habría que modificar la estructura institucional del bloque, sobre lo que no conozco que haya intención de hacerlo. ¿Por qué? Justamente para que los presidentes puedan decir cosas para los diarios que finalmente no modifican la estructura real del MERCOSUR.
Un primer interrogante que me surge es: ¿está bien o está mal el MERCOSUR? ¿Va en buen camino? La verdad es que me cuesta mucho dar una respuesta lineal, porque veo aspectos que me parecen positivos, básicos para emprender un camino hacia delante, y al mismo tiempo veo cosas que complican mucho ese camino.
En mi opinión, la posición de los países del bloque en la Cumbre de Mar del Plata de noviembre de 2005 fue positiva, por la unidad de criterio respecto del ALCA, lo que no esperaba previamente a la reunión.
Básicamente, el ALCA consiste en la reunión de 34 países, de los cuales uno solo —los EE.UU.— representa el 75% de su PBI total. Los 33 países restantes —entre los que está Canadá, del G-7 o Brasil o México— representamos sólo el 25% restante. Los EE.UU. dominan fuertemente la economía de América Central y el Caribe. Comparten el Tratado de Libre Comercio de América del Norte con Canadá y México, tienen firmados tratados bilaterales con Chile, Perú y Colombia, estos dos últimos, pertenecientes a la Comunidad Andina. Es decir que el único grupo de países que permanece fuera del ALCA es el MERCOSUR más Venezuela, quienes dijimos No al ALCA, lo que precipita la estrategia estadounidense de firmar acuerdos bilaterales de libre comercio. Es decir, los EE.UU. buscan remplazar el ALCA —que vendría a ser en este caso una suerte de gran tratado regional de libre comercio— por una sumatoria de tratados bilaterales; lo que no puede lograr por vía unificada, lo está logrando al tentar a los países menores a firmar acuerdos bilaterales, con el fin de terminar aislando a aquellos países que no se integren a dicho sistema.
Si hiciéramos un grafico de coordenadas comparando la evolución de los acuerdos por el ALCA con la evolución de los acuerdos MERCOSUR – Unión Europea, encontraríamos que cuando se aceleran los acuerdos del ALCA se aceleran los acuerdos con la Unión Europea y viceversa, lo cual tiene su explicación. Tal explicación, no demasiado complicada, es que la competencia real entre los EE.UU. y Europa se centra en la OMC (Organización Mundial de Comercio), donde las principales potencias agrícolas discuten las cuestiones vinculadas al proteccionismo y el acceso a mercados, y el acercamiento al MERCOSUR por parte de la UE es una manera de no relegar a favor de los EE.UU. El debate central tiene lugar en el seno de la OMC, no lo van a dar con América Latina. Si yo fuera europeo, ¿qué razón de peso tendría para acelerar un proceso de disminución del proteccionismo agrícola en Europa? Si, en verdad, las prioridades de Europa tienen que ver con la incorporación de los países del este, con los problemas causados por la inmigración ilegal proveniente principalmente de África, con el abastecimiento de energía desde los yacimientos de Medio Oriente y la ex Unión Soviética. Es decir, los problemas que le pueda plantear Argentina, o el mismo Brasil, por la cuestión agrícola, no digo que no tengan importancia, pero no son prioritarios para la estrategia geopolítica del proceso europeo.
No obstante, veo en este aspecto un segundo punto positivo para la marcha de los países del MERCOSUR, y me refiero al denominado G-20, el grupo de más de veinte países agrícolas que han tratado de llevar en conjunto esta discusión a la OMC y otros foros internacionales.
Un tercer aspecto positivo es la centralidad que ha tomado la cuestión energética, con lo que no estoy diciendo que crea fervientemente en la factibilidad del oleoducto transamazónico. Sí me refiero a que la cuestión energética debe ocupar el centro de la agenda en tanto se coincida en una matriz de integración de mediano y largo plazo. La integración energética supone obras de infraestructura, obras de integración productiva, de integración vial, en fin, materias que estuvieron ausentes mientras nuestros países se veían entre sí como hipótesis de conflicto, cuando Argentina y Brasil competían por la altura de las cotas de las represa, o cuando se decía que los brasileños avanzaban sobre nuestro territorio con su política de las “fronteras vivas”, instalando radios de mejor alcance, construyendo rutas y desarrollando sus ciudades limítrofes. En aquellos momentos, no tan lejanos en el tiempo, no había integración energética posible, por que se trataba de hipótesis de conflicto. La integración energética plantea de por sí que existe una voluntad política de integración que va mas allá de lo coyuntural.
Pero existen otros puntos que me parecen negativos. Ustedes recordarán que en diciembre de 2004, en Cuzco, se forma la Comunidad Sudamericana de Naciones con la intención, entre otros objetivos, de tener una política exterior común. Mientras tanto, ocurrían cuestiones de política exterior de carácter central para nuestros países que no fueron abordadas desde una perspectiva común, sino estrictamente individual, como por ejemplo la vocación brasileña de ocupar un asiento permanente ante una eventual reforma del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, respaldado por potencias extrarregionales sin que exista acuerdo en la región. El bloque serviría a Brasil como instrumento, y no como plataforma para el logro de dicho objetivo. O bien la decisión de declarar a la economía china como economía de mercado —contemporánea a la creación de la Comunidad Sudamericana— lo que también se formuló de modo individual por parte de Chile, Brasil y Argentina. Esto es, un segundo caso de una decisión central de política exterior que es tomada de manera absolutamente individual.
Una tercera decisión de política exterior que no me parece menor es la visita de Chávez a Siria e Irán, tan sólo una semana después de concretarse la incorporación plena de Venezuela al MERCOSUR, contemporáneamente a los bombardeos de Israel al Líbano. ¿Representa esto una decisión compartida de política exterior de alcance regional? Simbólicamente sí, aunque no lo sea, lo cual —opino— nos perjudica en cuanto a nuestra previsibilidad.
Ahora voy a pasar a otro punto, que es la conflictividad en el interior del bloque, pese a que la región atraviesa una etapa de condiciones objetivas excepcionales.
La CEPAL sostiene que la década de los 80 fue la “década perdida para América Latina”, y yo comparto esa afirmación. Pero la comparto con la salvedad de que se trata de una perspectiva fundamentalmente económica. Pero también es factible decir que la década de los 70 también es una década perdida, hablando en términos políticos; es la década en que se repiten las dictaduras que promueven la primera fase del ajuste estructural en lo económico, apoyándose en la doctrina de la seguridad nacional.
La década de los 80 —comparto— es una década perdida en términos económicos. Luego, al juntarse las coordenadas de los deterioros político y económico, resulta la década de los 90 como el decenio “perdido” en términos sociales, al ampliarse brutalmente la brecha social.
La presente década nos encuentra ante condiciones que no tienen que ver con las tres precedentes. En lo político, llevamos más de dos década de continuidad electoral. Hago un paréntesis: subrayo “continuidad electoral” y no democracia, por cuanto estoy convencido de que América Latina no tiene democracias sino gobiernos elegidos en comicios no fraudulentos en sustancia. No democracias, debido a que una cosa es que el pueblo vote y otra muy distinta es que al votar el pueblo decida algo. Y la carencia de sujeto democrático, los límites a la libertad de discernimiento y la ecuación estructural del poder llevan a que nuestros pueblos no tengan posibilidad real de decidir al votar. Pero esto es materia de otro seminario. Cierro paréntesis.
Llevamos dos décadas de continuidad electoral, decía. En términos macroeconómicos, estamos en un proceso de buenos precios internacionales, liquidez internacional, estabilidad monetaria, ¿no endeudamiento?, crecimiento y superávit. Y en términos sociales, el contacto cara a cara con la pobreza extrema hace que nuestras sociedades repudien masivamente las fórmulas de ajuste neoliberal de los 90, inspiradas en el Consenso de Washington y expresen una vocación de cambio profundo. Ejemplo de ello es la elección de un obrero metalúrgico en Brasil, de una mujer agnóstica y divorciada en Chile, y de un indígena en Bolivia. El interrogante se presenta en cuanto a si la dirigencia política da cuenta de dicha vocación de cambio.
Sin aquellos terribles condicionantes políticos, económicos y sociales, nuestra región debería estar jugando un rol protagónico en la confección de la agenda internacional, a partir de temas centrales como la desigualdad, el colapso climático, la inseguridad energética, los límites éticos al avance tecnológico, los regímenes de propiedad intelectual, el papel del derecho internacional como categoría civilizatoria. En definitiva, en el liderazgo de un nuevo pensamiento de época. Temo, en cambio, que tal vez estemos una cuarta década perdida, esta vez en términos de ausencia de liderazgo estratégico. Es decir, por carecer de líderes que ante condiciones objetivas irrepetibles, estén desaprovechando la oportunidad histórica de plantar nuevos valores en la agenda mundial.
Y esto es más serio para nosotros, por cuanto estamos en presencia de gobiernos que se auto-califican “en sintonía”. Si efectivamente estuvieran en tal “buena sintonía”, no debería haberse llevado la situación con Uruguay al punto que llegó, ni la relación con Chile, ni la situación entre Chile y Bolivia, o entre Venezuela y Chile y Perú. En lugar de enfocarse y encaminarse los problemas desde la perspectiva regional, se los continúa abordando desde la lógica tradicional, esto es, como una suma de conflictos bilaterales. Si se los mirara desde una perspectiva regional, estas cosas no podrían haber llegado al punto de conflicto y estancamiento de las relaciones en el cual están. A tal punto que nada menos que un Gobierno del Frente Amplio uruguayo avance en la confección de un acuerdo de preferencias comerciales con los EE.UU. a espaldas del MERCOSUR. Ahora bien, la pregunta central que debemos hacernos es: ¿la responsabilidad es únicamente de Uruguay, de su miopía, de su torpeza, de un error histórico? ¿O Brasil y Argentina como socios mayores del bloque regional tenemos una responsabilidad principal en el hecho de no haber ofrecido, primero a Chile, luego a Uruguay y Paraguay, un marco aceptable de condiciones para su desarrollo en el marco de la integración?
Ustedes saben que el Presidente de Bolivia, Evo Morales, está planteando una reforma educativa que otorga a los saberes de los pueblos originarios condiciones similares a las que posee la religión católica. No está planteada en términos destructivos de la educación religiosa tradicional, sino para que convivan las distintas miradas de la religión tradicional de la colonización hispana con la de los pueblos originarios. Una nueva relación de la religión con la educación, pero no desde la lógica pretérita de la “escuela de monjas”, sino desde la necesidad de un saber ecuménico, universal, de valores donde convivan las distintas miradas religiosas. Frente a esto que está haciendo Morales, aparece un sector muy poderoso en defensa de la Iglesia católica, que sabotea la reforma. En este marco de situación, ¿tienen los gobiernos de la región un rol que cumplir en pos de la estabilidad del gobierno de Bolivia? ¿O no tienen tal rol que cumplir?
El tema de Chávez, por su parte, no debe ser abordado linealmente, dado que se trata de una cuestión muy compleja. Si nos parásemos en la concepción republicana clásica de la división de poderes de Montesquieu, Chávez no es un repúblico. Pero si tenemos en cuenta que en abril de 2002 sorteó un golpe de estado con participación de la administración de George W. Bush, el análisis toma otro cariz. Por otra parte, Hugo Chávez es el emergente político de la crisis terminal del sistema político tradicional de Venezuela. Y además, los sectores más humildes e históricamente desplazados de la renta nacional son sus seguidores. Todo esto es parte, por lo tanto, de un fenómeno complejo de analizar. Mi cuestionamiento, eso sí, se centra en que con acciones como su visita a Medio Oriente, a países como Siria e Irán, lo veo alimentando una lógica de escalada del conflicto internacional profundamente inconveniente para la racionalidad, el ecumenismo y el propósito de paz con que debe manejarse, reitero, nuestra región.
Estoy convencido, en cambio, de que el laberinto de la política internacional sólo es posible salir desde una matriz axiológica y no desde la lógica de la confrontación tradicional. En esos términos debería ser el papel a desempeñar por América Latina, entendiendo como ventajas históricas nuestra unidad lingüística, religiosa y el presente clima de entendimiento en términos generales. Pero tengo la impresión de que no lo estamos haciendo, no estamos trabajando a la altura que nos exigen las circunstancias. No como lo hizo Europa, que, de estar devastada por la guerra es hoy la región más cohesionada socialmente, a tal punto que cada vez son más países los que se incorporan a partir de las mejoras en la calidad de vida que perciben sus respetivas poblaciones. El MERCOSUR, en cambio, experimenta un proceso diferente, por no decir inverso, en cuanto a países que prefieren angostar su esfera de compromisos al ver que la pertenencia no les reporta los beneficios que habían previsto.
La decisión de conformar los llamados “fondos estructurales” y el Parlamento del MERCOSUR son promisorias; esperemos que sigan el camino fijado por los discursos presidenciales en las últimas cumbres. En especial, teniendo en cuenta que los actuales presidentes tienen grandes chances de volver a ganar las elecciones y ser nuevamente elegidos. Ahora bien, ¿es esto así porque representan un cambio drástico del modelo neoliberal tan cuestionado por nuestros pueblos? ¿O se trata de un ciclo macroeconómico favorable y, aún si hubieran sido presidentes de otro signo ideológico y de otras características también lo hubieran logrado?
Para decirlo con todas las letras, creo que estamos en presencia de gobiernos que han pactado con las élites de sus respectivos países en nombre de la izquierda, pero que en realidad están haciendo gestiones muy parecidas a sus antecesores, en términos de respeto a los patrones distributivos clásicos. Aún así, es muy probable que triunfen an las próximas elecciones debido al ciclo económico muy favorable que, aparentemente, puede prolongarse por los próximos dos años. Si bien es cierto, debo reconocerlo, han incorporado los temas de la producción, la distribución y la participación social a sus discursos.
¿Qué pasará cuando se demuestre definitivamente que dichos pactos de élite no modificarán estructuralmente las relaciones de poder en la región, pero que, además, cambie el ciclo macroeconómico? Cuando el marco de situación sea de desaceleración del crecimiento y del superávit, probablemente por una caída de la tasa de inversión debido a la cortedad de la matriz energética, salvo el caso de Venezuela, sujeto a otras condiciones. ¿No es razonable pensar que podríamos situarnos ante una nueva frustración causada por gobiernos de izquierda, y la opción vuelva a ser de otro signo?
Mi conclusión es que no me animo a dar una respuesta lineal, una respuesta única, unidireccional, sino que veo luces y sombras. Lo que sí veo es que tenemos presidentes más ligados a la presión sectorial interna, o en todo caso externa, que a una visión estratégica de cómo ubicar a América Latina, dado el contexto favorable, en una situación de mucho mayor protagonismo en la construcción de una agenda de paz en la política internacional.