CONGRESO, BALANCE 2008
Por Carlos Raimundi*

El balance del Congreso arroja un saldo levemente positivo, y, al igual que el conjunto de las instituciones argentinas, muestra luces y sombras. En 2008 tuvimos un Congreso mejor que el que veníamos teniendo, pero muy lejano todavía de un Parlamento que cumpla el papel deliberativo, de control y de contrapeso a un Ejecutivo muy fuerte, que viene del fondo de nuestra historia.
A partir del segundo semestre mejoró el nivel de debate. El punto de inflexión fue la llegada de la Resolución 125. El contexto era el siguiente: en febrero de 2008, había mucha legitimidad de la presidenta, una oposición desarticulada y una serie de indicadores económicos, que, si bien no eran óptimos y ya comenzaban a mostrar algunos signos de preocupación, sí eran mejores que los que dominaron nuestra economía por las últimas décadas. En ese marco se dicta la resolución 125, que conceptualmente podía estar bien orientada, y cuyas falencias, tomadas a tiempo, no hubieran causado la crisis política que causaron. Una crisis que llevó a una división artificial, a que reaparecieran viejos signos de resentimiento social que deberían estar superados, y que aceleró la pérdida de credibilidad política en el gobierno de sectores cada vez más vastos de las clases medias y de las capas urbanas, muchas de las cuales habían sido sus votantes. En ese marco de tensión el gobierno decidió enviar al congreso la resolución 125.
El Congreso comenzó a superar su condición de escribanía de gobierno, para convertirse en una caja de resonancia, no sólo de la voz de los legisladores, sino de los sectores productivos y sociales involucrados. Durante aquellos días, el Parlamento no pudo sustraerse a la tensión general, y por lo tanto hubo reuniones desprolijas, si se las compara con la rancia tradición del Parlamento británico, pero preferibles a un Congreso desprestigiado por su divorcio con la realidad. Y así se inaugura una etapa que luego prosiguió con la expropiación de Aerolíneas, la movilidad jubilatoria, la recuperación de los fondos previsionales, el presupuesto, la prórroga de la ley de emergencia económica, la ley de blanqueo de capitales, la eliminación de la tablita de Machinea. Con cada tema, creció el nivel de debate si se lo compara con lo que el Congreso nos tenía acostumbrados durante la etapa de la mayoría automática, cuando existía una clara mística en el Bloque oficialista, signada por los éxitos del gobierno y la gran credibilidad, por ese entonces, de Néstor Kirchner.
Cuando ese contexto se comienza a resquebrajar, empiezan a aparecer resquebrajamientos también en el Bloque oficialista, inseguridad sobre si se podía seguir contando con la cómoda ventaja en números con la que se había contado hasta ese momento, y, por lo tanto, se impuso la necesidad de abrir el debate y los proyectos, a algunas mejoras necesarias para ganar consenso y obtener el número necesario en la votaciones, que hasta ese momento se conseguía de manera automática. La apertura del debate, si bien es obviamente plausible, se generó, pues, más por necesidad que por convicción de tener un Parlamento más deliberativo y más plural. Aún así, enhorabuena su llegada.
La asignatura que está pendiente es votar por convicción. Porque en más de un caso, empezando por la resolución 125, nos topamos con legisladores oficialistas que estaban de acuerdo con los cambios que se proponían al proyecto, pero que no tenían margen para aceptarlos públicamente, debido a las presiones que llegaban del ex presidente. Del otro lado tenemos el ejemplo de la recuperación estatal de los aportes jubilatorios, donde legisladores que toda su vida habían sostenido el sistema estatal, y por lo bajo decían estar convencidos de ello, terminaron votando en contra porque en esta oportunidad el rescate estatal lo hacía el kirchnerismo. Privilegiaban la oposición por encima del contenido correcto de la ley.
Este privilegiar el rol oficialista por prepotencia, y el de oposición por necesidad electoral, es un obstáculo central a superar si queremos tener un Parlamento donde la autenticidad del debate y los pensamientos sea lo que le da sentido. En ese aspecto, el Bloque que integro, “SÍ” (Solidaridad e Igualdad), intenta abrir un tercer camino en el marco de la falsa polarización que domina el sistema político argentino. De un lado, un ex presidente que abandona su intención inicial de trascender las barreras del PJ para construir la transversalidad como principal soporte de su proyecto y se repliega sobre la peor de la estructura del PJ del conurbano y de algunas provincias feudalizadas, y en la estructura sindical más ortodoxa. Del otro lado, una oposición basada en el encono, que se reagrupa en torno de la vieja UCR.
Muchos factores de poder alientan esta vieja y agotada bipolaridad, más responsable de lo que pasó en la Argentina del pasado que capaz de construir con creatividad la Argentina del futuro. Un bipartidismo que dice discursos contrapuestos, pero que tiene un pacto implícito de alternancia que le ha garantizado históricamente, al poder, impunidad para sus negocios, y que ha cristalizado una estructura social injusta, y no piensa tocarla más allá de algunos maquillajes.
Por eso está pendiente la formación de una nueva bipolaridad constituida por un campo de ideas más progresistas y un campo de ideas más conservadoras, pero en ninguno de los dos casos cómplices de los códigos de la vieja corporación política. Esa tercera mirada, esa construcción es una asignatura pendiente de nuestra sociedad, y, al mismo tiempo, el espacio que estamos tratando de construir en el Parlamento. Un espacio que interpele al kirchnerismo desde la perspectiva de que no es cierto que sea él quien encarna las ideas de centro izquierda y el progresismo, y que, al mismo tiempo, interpele al sector más reaccionario de la oposición en el sentido de disputar con ella qué tipo de oposición necesita un país serio para poder avanzar social e institucionalmente. Y de que la oposición a la vieja estructura del justicialismo no necesariamente tiene que estar aferrada al establishment.
Merece un párrafo final el clima político de los últimos días, signado por la sensación de incertidumbre que genera la crisis económica mundial. Quiero decir que en un contexto de enfriamiento de la economía global, de disminución del dinero disponible en el mercado internacional, de descenso de los precios de nuestros productos y de retracción de la inversión y el comercio, la Argentina necesita impartir políticas proactivas, que compensen mediante la demanda y el consumo internos, el descenso de la demanda y el consumo internacional. Y esto sólo se logra de manera creíble a partir de un clima de mayor entendimiento y de más políticas de Estado. Sin embargo, los principales actores reaccionan de la manera inversa a la que deberían hacerlo. Un Kirchner que desparrama improperios, y que, más allá de que se puedan compartir o no algunos de sus contenidos, no contribuye al valor superior, que es el de trascender al clima de crispación y de zozobra, desde la altísima responsabilidad que le cabe. Del otro lado un vicepresidente que dice que si el Senado no hubiera votado como lo hizo se producía un estallido social y el final del gobierno, y una dirigente opositora que engloba a todo el gobierno en una banda de asaltantes. Con este tipo de referencias políticas, la energía de la sociedad no va a apuntar, como debiera, a galvanizarse para enfrentar la crisis externa, sino a atacar al adversario. Lo contrario a la razonabilidad que la situación política presente necesita.-


* Diputado Nacional Bloque SÍ (Solidaridad e Igualdad)