Por Carlos Raimundi* para Página12

El coronavirus precipitó las disputas de poder entre las principales potencias. Según el autor, en este contexto, Argentina debe evitar cerrar acuerdos de libre comercio que comprometan la producción nacional.

El mundo arrastraba ya, antes de la pandemia, una disputa por la supremacía en el manejo de ese nuevo patrón del sistema productivo y las relaciones sociales derivadas del mismo, llamado 5G, tecnología de 5ta generación. 

Así como la revolución industrial del siglo XIX, la crisis de 1929 o la revolución tecnológica y la desregulación financiera de los ´80 establecieron nuevos paradigmas en la organización de la producción, las nuevas tecnologías organizarán la velocidad, la productividad y las relaciones de trabajo del futuro inmediato. Y en este aspecto, China lleva la delantera respecto de los decrecientes indicadores que muestran los EE.UU.

Las restricciones generadas por el virus, lejos de propender hacia una cooperación mutua entre las dos superpotencias, ha precipitado las agresiones provenientes de esa disputa de parte del gobierno de Donald Trump. A las barreras arancelarias que castigan las exportaciones chinas, se suma la denostación despiadada en las redes y medios de comunicación que están bajo su control. Las acusaciones van desde el haber "fabricado" el virus para infectar masivamente a occidente, hasta la intención de propagar una suerte de neo-totalitarismo comunista, exacerbado por las nuevas técnicas de vigilancia social. Como si, quienes vivimos bajo el reino de las mercancías y el consumismo gozáramos de una libertad de elección envidiable.

La agresividad ha sido una práctica reiterada por las potencias en retroceso, en todos los períodos históricos. Pero eso no hizo más que remarcar las respectivas tendencias al avance de la nación emergente y la regresión de la otra.

El hecho es que al haber aparecido en Wuhan, el virus perjudicó a la economía china, nada menos que en vísperas de su año nuevo, período en el cual se exterioriza toda su pujanza no sólo ante su propia población en pleno ascenso social, sino ante las personas de negocios de todo el mundo que acuden a los festejos. Si China hubiera planeado efectivamente la aparición del virus, el momento no podía ser más inoportuno. Lo cual me aleja de compartir esa afirmación, teniendo en cuenta su notable capacidad de planificación.

Sin embargo, y pese a las ingentes pérdidas económicas y de lucimiento internacional, China cuenta con enormes reservas en divisas y con herramientas de política estatal que le permitieron aplicar aquel potencial económico que estaba reservado para la celebración de su año nuevo, en el consumo interno, y para adquirir acciones de aquellas empresas cuya cotización había bajado a partir del parate internacional.

Como respuesta, los EE.UU., con una economía deficitaria pero con la capacidad de emitir billones de dólares, también están capitalizando empresas y bancos. Y ese déficit será afrontado por vía de la restricción de dólares a nivel internacional. Es decir, estamos ante un panorama de cerrazón del comercio internacional que pondrá obstáculos a cualquier propuesta de reconsideración de nuestra deuda soberana, y buscará imponer férreos condicionamientos a cualquier acuerdo comercial.

Por estas razones, entre otras, no conviene a la Argentina cerrar ningún acuerdo de libre comercio que comprometa nuestras fuentes de trabajo y nuestra producción industrial. Menos aún con países cuyo mayor desarrollo tecnológico y productividad industrial los ubica en una mejor posición para fijar estándares internacionales de competitividad que nos puedan ser impuestos para limitar nuestras importaciones, y profundizar así las asimetrías existentes.

El shock que atraviesa el comercio internacional no hace del presente un buen momento para fijar acuerdos definitivos por parte del Mercosur. Pero tampoco para retirarse definitivamente de ninguno, y alentar a que Brasil los continúe de manera individual. Porque hacer que Brasil le compre a otros lo que hoy nos compra a nosotros también perjudicaría nuestra industria y nuestros niveles de empleo. Debido a la crisis de la economía mundial y la incertidumbre respecto del rumbo del comercio internacional, lo más indicado sería no cerrar ni desechar ningún acuerdo de manera definitiva, sino seguir evaluándolos en bloque inteligentemente.

En el plano interno, nuestro Presidente ha sido claro al desoir cualquier intento que enfrente a la salud con la economía. Se trata de una disyuntiva falsa: si se descontrola la salud, se derrumba la economía. De allí que pocos gobiernos como el de nuestro país ha prestado una asistencia tan importante tanto a prevenir la situación sanitaria como a acudir en ayuda de los más perjudicados económicamente.

La otra aseveración repetida por Alberto Fernández es que una vez sorteada esta etapa más aguda de la pandemia, el mundo ya no será el mismo, porque aparecerán con más fuerza los conceptos de Estado y solidaridad.

Efectivamente, nadie esperaría que la fabricación de respiradores o el descubrimiento de métodos de testeo surjan de un emprendimiento privado como los que estimulaba la cultura macrista, sino del Estado. Al mismo tiempo, todxs sabemos que dependemos de la responsabilidad del otro para evitar el contagio, es decir, no hay garantía alguna desde el puro resguardo individual. La noción de Estado y el valor solidaridad han calado en una parte importante de nuestra sociedad, que hasta ayer los denostaba.

Sin embargo, para que ese entorno social más favorable posibilite en términos concretos construir un modo de organización social menos individualista y más colaborativo, inclusivo e igualitario, la condición central es que a la salida de esta fase, la relación entre la riqueza y la pobreza se haya modificado. De lo contrario, el poder económico sabrá cómo recurrir a sus herramientas de poder simbólico para volver a crear sentido en la sociedad en una dirección retrógrada y opuesta, y a resignificar aquellos valores en su beneficio.

La distribución del ingreso y la transferencia de recursos desde los más favorecidos hacia los más empobrecidos tiene que ser efectiva, tangible, contante y sonante, para consolidar en los sectores medios capaces de crear opinión pública, climas y humores sociales dominantes, esa revalorización del Estado y de la solidaridad.

Tendremos que ser capaces, como Frente político y social a cargo de la conducción del Estado, de dejar claramente establecido que quienes fugaron divisas y depositaron sus fortunas en paraísos fiscales no sólo retacearon recursos al país, sino que a través de ese retaceo le quitaron derechos sociales inalienables al Pueblo argentino. Y que entre un monopolio que giró millones de dólares al exterior y los movimientos sociales que reclaman asistencia, la responsabilidad por la situación económica del país la tienen aquellos, y no éstos.

Sólo así, mediante la intervención directa sobre los núcleos generadores de poder, en sus dos campos principales, el económico y el simbólico, el escenario será efectivamente distinto y no podrá ser resignificado por los poderes fácticos

En política es fundamental tener en cuenta la "correlación de fuerzas". Pero, cuando se administra el Estado, aún con todas sus limitaciones, surge una cuestión central a partir de ese concepto, y es si se ha hecho todo lo posible para lograr esa correlación de fuerzas que se necesita para tomar las medidas que se deben tomar. Y es aquí donde aparece una de las tareas principales de la política que es la de crear los escenarios cuando no se cuenta con ellos; crear acontecimiento. ¿Cuánta correlación de fuerza creó Néstor cuando bajó los cuadros en la Escuela Militar? ¿Cuánta Cristina cuando abrió debates que estaban ausentes o aletargados como la recuperación de los fondos previsionales e YPF?

 En definitiva, la mayor conciencia social no se transforma automáticamente en una mayor capacidad de acción efectiva sobre los factores de poder que acorralan los derechos del Pueblo. Para que ello sucede debe aparecer la dimensión pedagógica y transformadora de la política, en el sentido más íntegro y más noble de la palabra. 

 * Embajador argentino en la OEA.

Publicación original en Página12