En la Federación Gráfica de Morón se llevó a cabo la presentación del último libro de Gustavo Campana "Recuerdos del Peronismo". Junto al economista Horacio Rovelli, Carlos Raimundi participó de la presentación compartiendo sus reflexiones acerca del peronismo. Aquí una síntesis de las mismas:

Muchas gracias por permitirme estar en este lugar, nada menos que en la Federación Gráfica, símbolo de lucha del campo popular argentino. En estos momentos, el programa de la Corriente Federal del sindicalismo argentino reitera muchos de los objetivos de las declaraciones de La Falda y Huerta Grande, dando continuidad a las luchas de la resistencia peronista y de la CGT de los Argentinos. 

Eso nos muestra, además, que están pendientes de realización, y nos desafía a no repetir esta vez el péndulo que marca nuestra historia, de gobiernos populares obligados a reparar en años lo que los gobiernos oligárquicos saquean en unos pocos meses, sino a consolidar ese bloque social lo suficientemente fuerte que haga irreversibles los derechos conquistados.

El otro motivo que me honra esta noche es estar rodeado de un gran amigo como Horacio Rovelli, de quien colecciono sus escritos, y de una gran personalidad a la que admiro como Gustavo Campana, cuya obra tiene reservado un lugar en nuestra literatura política, junto a los grandes autores del movimiento nacional.

Por tratarse de la presentación de un libro titulado “Recuerdos del peronismo”, quiero señalar antes que nada que por mi proveniencia familiar, desde mi primera infancia recibí siempre las peores noticias sobre el peronismo, y recién accedí a su trascendencia histórica con las lecturas de mi primera adolescencia. Mi mirada del peronismo está hecha, por lo tanto, desde alguien que no militó en la estructura del partido justicialista.

Aquí debo hacer una primera distinción. Peronismo y partido justicialista pertenecen a categorías de análisis muy diferentes, ya lo decía el propio General Perón. El partido justicialista es una estructura partidaria, con un propósito electoral. El peronismo, en cambio, es una categoría sociológica, cultural. Se trata de un capital simbólico, una memoria histórica, una fuerza arrolladora que nace en los albores de nuestra historia, que se empalma con la corriente emancipadora de Mayo, con las luchas federales y anti-oligárquicas del siglo XIX, con ese primer movimiento popular del siglo XX que fue el Yrigoyenismo. Y se encuadra dentro de ese gran marco contenedor signado por la Soberanía Política, la Independencia Económica y la Justicia Social. Entonces, si bien nunca pertenecí a la estructura partidaria, siempre me sentí parte de ese gran Movimiento Popular.

Cuando adherí a lo que Alfonsín expresaba en los últimos años setenta y primeros ochenta, no lo hice desde una identificación con el partido radical, sino con la idea de construir una nueva etapa de ese movimiento histórico. 

Es esa corriente emancipadora, de dignidad, de ascenso social lo que define al Peronismo, y no los errores que se puedan haber cometido –y que el propio Perón pueda haber cometido- en la crónica cotidiana. Los detalles de la historia quedan reservados a los estudios de post-grado de los académicos; a los militantes del campo nacional y popular nos interesan los grandes rumbos históricos, aun cuando estén plagados, como lo están nuestras propias vidas, de contradicciones y claro-oscuros.

A diferencia de países hermanos como Chile y Venezuela, donde sus estructuras partidarias se asemejan más a las categorías europeas de conservadores, liberales y socialistas, en países como Uruguay o Argentina, las fuerzas políticas surgen de las propias experiencias de sus pueblos. Y resulta imposible encasillarlas en las clasificaciones internacionales. 

En la Argentina, la primera oleada de inmigrantes europeos del siglo XIX llega con la nostalgia de volver a la Europa añorada, pero en sus hijos y nietos ya no está presente esa nostalgia, sino el anhelo de construir su destino en nuestra patria. Así, una nueva estructura social expresa nuevas formas de producción, e inexorablemente buscará una nueva forma política que lo exprese. Así nace el partido radical.

Décadas más tarde, una nueva corriente inmigratoria, esta vez interna, configura el movimiento peronista. Los países centrales están en guerra, concentrados en la producción para la defensa, necesitan nuestros alimentos, pero nos venden menos manufacturas, y nos obligan a sustituir importaciones. Las poblaciones rurales se trasladan a los centros urbanos conformando nuestro proletariado industrial. Una vez más, una nueva estructura social como expresión de un nuevo proceso productivo, debe encontrar la forma política que lo exprese: el peronismo.

Aquel peronismo fue nacionalista, pero es un gran error confundirlo con los nacionalismos europeos. Hernández Arregui distingue claramente el nacionalismo ofensivo, que es imperialista, de los nacionalismos defensivos como el peronismo, esencialmente anti-imperialistas y emancipadores. 

Y aquel peronismo estaba distanciado de la izquierda ideológica, porque para el contexto mundial de la época, esa izquierda estaba expresada primordialmente por el stalinismo. Luego vino la experiencia del Movimiento de No Alineados, la descolonización de África, la revolución en Cuba, y esto añade al marxismo clásico de origen europeo, el elemento de la des-colonización.

De aquí nuestras discusiones con la izquierda trotskista de los años 70. Ellos levantaban la bandera de la liberación social, atendiendo únicamente a la lucha de clases, producto de la experiencia europea. Pero, en América Latina, a la cuestión de clase que el peronismo expresaba sin duda (“en la Argentina hay una sola clase de hombres, los que trabajan”), se suma la cuestión nacional, es decir, la lucha anticolonial. Es decir, para nosotros la bandera era liberación nacional y social, porque la liberación social iba de la mano de la construcción de nuestra soberanía. 

Si la historia del peronismo hubiera concluido con Menem, que traicionó todas sus banderas, hoy no estaríamos hablando en estos términos. El peronismo, como sucedió con el yrigoyenismo, hubiera quedado circunscripto a la historia, en este caso la década que describe el libro de Gustavo Campana: 1943-1955. Si el peronismo es una categoría política vigente como proyecto nacional, es debido a una generación que no se resignó, y al kirchnerismo. 

El kirchnerismo no sólo rescata sus banderas históricas, sino que construye una nueva síntesis entre el sujeto y el programa. Reconcilia a Evita con el Che, el viejo sueño de John William Cooke. 

Finalmente digo: ninguna de las razones para no ser peronista es más poderosa que las razones que tengo para serlo. ¿Cuáles son esas razones? Primera, que representa al sujeto que todo militante popular aspira a representar, a las y los trabajadores, a las y los humildes, a las y los desamparados. Segunda, que ha logrado construir poder político real, algo que ninguno de los otros intentos ha logrado de manera duradera. En nuestro país sólo están en condiciones de construir poder político real la oligarquía y el peronismo, entendido en los términos que hemos descrito. No así las cortas expresiones de progresismo liberal. Tercera, va en el rumbo correcto, incluyendo aquí su impronta latinoamericanista. 

Por estas razones es que, sin tener una militancia con origen en el peronismo, pero sí en el movimiento nacional y popular, es que me siento peronista, y estoy tan honrado de estar aquí esta noche. Muchas gracias.