Derecho Político

Marxismo Parte I

 

En esta primera parte vamos a ver el marxismo desde el punto de vista teórico, y a ubicarlo brevemente en un contexto histórico.

El manifiesto comunista

 

En Francia, como paso previo a la Revolución Francesa de 1789, ya se venía gestando un clima social complejo, sumado a la influencia en las ideas políticas provenientes de dos grandes pensadores que definen de alguna manera la política francesa del siglo XVIII que eran Montesquieu y Rousseau. Rousseau, desde la teoría contractualista, plantea que la soberanía del poder descansa en la Nación. La Asamblea General estaba conformada por los tres grandes ‘estados generales’, el clero, la nobleza y la burguesía (no confundamos esta acepción del vocablo ‘estado’ como parte de la estructura social de la época, con el concepto del ‘Estado moderno’ que hemos analizado). 

El clero y la nobleza se habían constituido en los dos principales soportes del Rey, y la burguesía era la clase social innovadora, que estaba en ascenso a partir de todos los adelantos técnicos, comerciales, financieros que produjeron el enorme desarrollo del capitalismo durante todo el siglo XVIII, sobre todo a partir de su segunda mitad, con la primera Revolución Industrial. Eso produjo las primeras migraciones rurales a las ciudades, en un proceso que se completa un siglo después con la aparición de la máquina eléctrica. Pero indudablemente transforma la estructura social porque pone como clase en asenso, como la clase más pujante, no al clero como en la Edad Media en su condición de fuente de conocimiento, de sabiduría y poder, y tampoco a la nobleza, propia de la etapa feudal con base en la propiedad de la tierra, que era lo que generaba los títulos nobiliarios, la “nobleza”. A ese status quo que tuvo lugar durante siglos, le sale a cruce una nueva clase social a la que se denomina ‘burguesía’. Se denomina así porque viene de la formación de los grandes burgos, los aglomerados urbanos, futuras ciudades, como resultado de la expansión comercial que se genera con la apertura de los feudos y sus fortalezas. El poder no se asienta ya sobre quienes pueden pagar ejércitos para mantener los feudos, sino en quienes acceden al intercambio del excedente económico. Es decir, la burguesía surge de la apertura de las rutas comerciales y la formación de grandes centros comerciales y financieros en Europa que son los burgos.

La aparición de la burguesía es anterior a lo que estoy diciendo, pero en esta etapa, gracias a la consolidación de los grandes cambios técnicos y de algunos pensadores políticos, es cuando la burguesía se convierte en la clase más activa, y, por lo tanto, dominante. Y hay toda una etapa de disputa muy fuerte respecto de qué tipo de gobierno va a expresar a la burguesía. Porque, al principio, como muchas veces sucede, la aparición de un nuevo sujeto social genera un clima revolucionario, revoluciona las ideas, y revoluciona las instituciones. Y eso es la Revolución Francesa, que plantea un gobierno democrático, un gobierno parlamentario, como si ‘gobierno parlamentario’ fuera sinónimo del gobierno que necesita la burguesía para progresar. Nacen las primeras constituciones, porque con la monarquía no había necesidad de tener una Constitución, ya que el poder estaba en manos del monarca y él era quien determinaba los límites y los alcances del derecho. Esta es la gran diferencia conceptual que tiene la monarquía respecto del Estado de Derecho. El Estado de Derecho es un avance civilizatorio, en términos de ciencia política y de desarrollo político. Porque hasta ese momento el monarca era el que determinaba la ley; a lo sumo la consultaba con alguno de los Estados Generales de la Asamblea más favorables a él. Pero la ley no lo alcanzaba a él, el rey no era, hasta ese momento, sujeto pasivo, receptor del derecho. La Constitución, a partir de la de los Estados Unidos, pasa a ser la primera forma escrita y práctica del contrato social, porque no solamente establece, como sucedía hasta ese momento, obligaciones para la población, sino que también establece obligaciones para la autoridad. Es decir, la Constitución, como instituto, como figura jurídica, es un límite que la ley impone a la autoridad o que la autoridad se autoimpone en términos de autoexigencia, para también él respetar la ley. A diferencia de la monarquía, donde la autoridad no tiene límites, a partir de la figura de la Constitución, la autoridad comienza a tener límites; es el límite al poder absoluto, del absolutismo. Con respecto a esto, los Estados Unidos nunca retrocedieron del formato de ‘la Constitución’. Se le hicieron modificaciones, enmiendas, tuvo guerra civil, se incorporaron nuevos estados, pero desde el punto de vista jurídico nunca retrocedió. En cambio, Francia sí. Allí hay una figura que remite a la Restauración del Imperio. Entre 1789 y los primeros años del siglo XIX, Francia tiene gobiernos democráticos, se trata de la Primera República. Pero luego aparece el Imperio Napoleónico, invade militarmente Europa, sin implicar la restauración de los intereses de la nobleza, sino una consolidación autoritaria de los intereses de la burguesía. Napoleón no representa a la monarquía ni a la nobleza, pero dice: “Señores, la verdad es demasiado complicado gobernar con una Constitución, gobernar con límites a la autoridad; yo los voy a representar, yo represento a la burguesía, pero como clase dominante que somos, así como hasta ayer nos dominaron a nosotros ahora nosotros tenemos que dominar”. Como tantas revoluciones que empiezan a partir de cambios institucionales muy fuertes y democratizadores, después termina consolidando un régimen autoritario que cae en manos de la Santa Alianza, en 1815. Napoleón despliega en Europa un régimen burgués, pero al mismo imperial. Y los efectos de los grandes cambios de la Revolución Industrial terminan consolidando una nueva élite de poder, pero también arrojando a la pobreza a una gran cantidad de sectores sociales.

Y ustedes fíjense que nosotros estamos hablando de diez siglos de la Edad Media que va más o menos del siglo V al siglo XV. Después estamos hablando de tres siglos de absolutismo, de monarquías absolutas. Y ahora estamos hablando de un siglo que es prácticamente toda la última parte del siglo XVIII y toda la primera parte del siglo XIX de consolidación de una nueva clase social que es la burguesía.

Pero resulta que con este auge del capitalismo que se inicia con la Primera y se consolida con la Segunda Revolución Industrial, aparecen las clases marginadas, clases urbanas que no alcanzan a recibir los beneficios de ese desarrollo capitalista, que son explotadas. Porque el maquinismo que deriva de la industrialización de Europa demanda una cantidad enorme de mano de obra que en toda una primera etapa termina siendo víctima de explotación. Quiere decir que así como hemos tenido diez siglos de ejercicio de la autoridad por parte de la Iglesia, tres siglos de monarquías absolutas en nombre de la nobleza, y un siglo de gobiernos burgueses, nada más que después de un siglo de gobiernos burgueses, aparece una nueva clase social que son los trabajadores en relación de dependencia, a quienes, el marxismo le va a dar una denominación y un lugar en la estructura social. 

Los Estados Unidos, por su parte, estaban en esta etapa del capitalismo, muy ocupados en consolidarse como Nación, en la conquista del Oeste, de los territorios que eran dominados por indígenas, en el trazado del ferrocarril y demás. No habían tenido monarquía, ni nobleza, ni clero en los mismos términos que Europa, sino que eran, nada más y nada menos, que una Nación en formación, ya que la corona británica no había trasladado su estructura de clases sociales a ese territorio de América, como sí lo hizo la corona española a través de los Virreyes. En Europa, entretanto, había que luchar contra toda una tradición de explotación muy grande. El siglo de la burguesía es muy contradictorio, porque se da la lucha por la libertad económica a través del autoritarismo político.

El siglo XIX, sobre todo hasta la irrupción de las ideas marxistas, es el siglo del liberalismo. Y la esencia del liberalismo descansa sobre un gran principio que es la libertad económica. Y la libertad económica se expresa a través de dos grandes ideas. Una es que para que las sociedades progresen es necesario que progrese cada una de las personas que la integran. Todos tenemos por objetivo la felicidad de las personas. Pero, qué mejor camino para obtener esa felicidad que respetar la libertad, el talento, la capacidad individual de cada una de ellas. Y este principio da origen a un tipo de Estado que no se tiene que meter en los asuntos económicos, de modo de dejar espacio a aquel principio de libertad. Ustedes dirán: si el Estado no se tiene que meter, por qué hablamos de regímenes que en definitiva terminan siendo autoritarios. Porque estos Estados no son neutros. Cuando el Estado no se mete, no es un Estado neutro, que se sorprende y dice: ‘oh, qué ha pasado’. Que el Estado no se meta quiere decir que deja lugar a la más irrestricta, a la más absoluta libertad de mercado.

El otro gran tema, la otra gran expresión de libertad del liberalismo, es la libertad de mercado. Entonces, una de las cosas que se empiezan a ver, que la Iglesia misma empieza a ver, son determinadas situaciones sociales. Y las empiezan a ver también algunos pensadores que después las terminan de estructurar más. Por ejemplo, cuando a mí me dicen que los individuos tienen que tener absoluta libertad y que el Estado no se tiene que meter sino que tiene que ser el garante de esa libertad, lo que termina haciendo el Estado burgués es garantizar la libertad de explotación. Desde el momento que ‘no hay que meterse’, bien, si a la empresa le va bien, le va bien; si la empresa necesita acumular ganancias, acumula ganancias. Pero, ¿cómo hace una empresa para acumular ganancias? Tiene que bajar los costos lo más posible para tener una diferencia grande en sus utilidades. ¿Y cuál es el elemento más débil para bajar los costos? El costo del que trabaja. Esas son las reglas del capitalismo más puro, más salvaje: que no haya ninguna autoridad pública que regule los desequilibrios. Pero, para eso, paradójicamente, la autoridad tiene que sofocar los eventuales conflictos sociales, huelgas, etc., y eso termina tornándolo al mismo tiempo, liberal en lo económico y autoritario en lo político. Y es así como Francia, tomando como modelo el Estado burgués napoleónico, no el primer Estado revolucionario que planteaba la República, oscila entre períodos imperiales y períodos de República a lo largo de todo el siglo XIX. Del primer Imperio Napoleónico a la Primera República Francesa, del segundo Imperio Napoleónico a la Segunda República Francesa.

Aunque, en uno u otro caso, el ‘sujeto’ de derecho es la persona; desde esa perspectiva, se trata de regímenes liberales, lo que sucede es que cuando estamos en presencia de tanta explotación y desigualdad, lo que termina sucediendo es que la libertad de algunas personas implica la explotación de otras, de acuerdo con cuál sea el posicionamiento dentro de la estructura económica. De todos modos, reafirmemos que el siglo XIX es el siglo de la libertad económica, de la libertad individual, de la burguesía como clase social, y es el siglo, por todo eso, de las constituciones liberales. A diferencia del siglo XX, que es cuando comienzan a aparecer las “constituciones sociales”, donde el sujeto no va a ser solamente la persona, sino también entidades colectivas como la niñez, los trabajadores, y esencialmente los sindicatos; es aquí donde aparecen los derechos sociales como factor de equilibrio de los puros derechos individuales.

Es en este contexto histórico que aparece Marx. Primero con un planteo político, que es El Manifiesto Comunista, y luego con otra obra corta, eminentemente política, de 1851, que se llama El 18 de brumario de Luis Bonaparte, narrada en el contexto de la toma fallida de la Comuna de París en 1848. Y si alguno de ustedes se le ocurre algún día indagar más sobre esta etapa, hay una obra muy interesante, memorable, de Víctor Hugo, que se llama Los miserables, que es una radiografía de esta etapa. Estamos hablando del clima revolucionario de Francia. Hay, además, una comedia musical y una película muy buena. Y cuando hace muchos años dábamos este tema, había aparecido una película con un actor francés que se llama Gérard Depardieu, que ahora está grande, pero en aquel momento era muy jovencito y hacía el papel de Danton, un revolucionario que finalmente es enviado a la guillotina cuando el gobierno revolucionario que había advenido precisamente a acabar con el absolutismo, se convierte en autoritario, por el triunfo de los jacobinos y de las ideas de Robespierre en la interna del poder. La consigna implícita era, como antes había sucedido con la revolución inglesa del siglo XVII, y como luego ocurrirá con la Revolución Rusa de 1917 (porque una cosa es el período de Lenin y otra el período de Stalin): ‘acá hay que defender a la burguesía, pero con la democracia es muy complicado, hay que hacerlo con un Imperio, con un régimen muy autoritario’. En definitiva, la Revolución Rusa (luego ‘soviética’) es el primer hecho revolucionario que lleva a la práctica los principios del marxismo.

Ahora sí, empezamos a señalar los principios teóricos del marxismo.

Tanto en El 18 de brumario (que describe la Primera Revolución de la Comuna de París, en 1848) como en El manifiesto comunista (que también deviene del término ‘comuna’ y ‘comuneros’), proclama la necesidad de luchar contra la explotación. Pero será recién más tarde, cuando, con Federico Engels, entre 1863 y 1877, le darán contenido teórico a esa lucha. Así como tenemos el legado de dos grandes pensadores del liberalismo, casi contemporáneos, uno es Adam Smith y el otro David Ricardo, el mayor y mejor análisis del capitalismo, el más pormenorizado, es el que hace Carlos Marx junto a Federico Engels en El capita. Como lo indica su título, lo primero que hacen es analizar cómo funciona el capital, y llegan a algunas conclusiones que constituyen, justamente, las bases teóricas de la filosofía y de la doctrina marxistas.

Marx se apoya en dos grandes postulados filosóficos. A uno de ellos lo denomina “materialismo histórico”, basándose en un análisis de la historia de la humanidad. En este sentido, su primera conclusión es que los grandes conflictos sociales siempre tuvieron raíces económicas, materiales; la historia de la conflictividad de la humanidad coincide con la lucha por la apropiación de los excedentes económicos. Y siempre hubo, más allá de las complejidades diferentes, dos grandes clases sociales: una clase dominante y una clase dominada, en la disputa por el excedente económico. Este fenómeno se repite en tres modos de producción, el “esclavista”, el modo de producción “feudal”, y, finalmente, el capitalismo. Pero hay un hilo conductor en los tres, cada uno con sus características históricas, en los tres se puede notar la presencia de una clase dominante y una clase dominada y aparece la lucha por la apropiación del excedente económico como el factor o la causa principal de la dominación. En todos ellos se da la presencia de un régimen político funcional a los intereses de la clase dominante.

Hay un proceso de apropiación económica, y desde ese dominio económico se ocupa la autoridad política, y a su vez, desde la autoridad política se garantiza la continuidad de la estructura económica. Por eso, dice Marx, no hay forma de que el salto para pasar de ser una clase dominada a una clase dominante se dé de manera natural; solamente se puede dar de manera revolucionaria, porque —naturalmente— la autoridad política pugna por auto-preservarse. No existe, para Marx, la posibilidad de que la autoridad estatal dé paso a una clase dominada para que modifique la estructura económica o social.

El otro gran principio filosófico, pero que tiene una connotación más metodológica de análisis de la realidad, es el denominado “materialismo dialéctico”. La dialéctica es un concepto acuñado por la filosofía, desde Platón, cuatro siglos antes de Cristo, en adelante. Platón planteaba que había que construir las grandes decisiones de la sociedad a través del diálogo. Después eso lo toma San Agustín, en el siglo IV después de Cristo, y el otro gran filósofo que reconstruye el concepto de ‘dialéctica’ es Hegel, a principios del siglo XIX. En este caso, ya no solamente como diálogo, sino como confrontación de ideas.

La historia no se repite, no es circular, no es cíclica, es espiralada. Puede haber movimientos parecidos, más sociales en un momento, más elitistas en otros, más clásicos, más románticos, pero siempre nuevos. Porque cuando aparece una idea, inmediatamente aparece otra que la niega o que la confronta, y el resultado de esa confrontación nunca es volver a la primera, sino que es una idea que tiene algo de las dos. Entonces, él (Georg Hegel) construye esa lógica a partir de las nociones de tesis, antítesis y síntesis. Cada idea es la expresión de algo, pero al mismo tiempo es la negación de otra cosa. En esta confrontación de lo que es y lo que no es, lo que es y lo que se le opone, va surgir un resultado que al mismo tiempo va a jugar el papel de tesis de una nueva antítesis, para dar lugar a una nueva síntesis, y así sucesivamente. Y eso es lo que hace que la historia evolucione, pero no se repita.

Ahora bien, Hegel también dice que la base de toda construcción dialéctica es espiritual. Que el hombre tiene una raíz espiritual, que es la que lo distingue de todas las demás creaciones de la naturaleza, o de Dios, mejor dicho, porque él llega a la idea última que es Dios. Georg Hegel, filósofo alemán que escribe a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, dice que la base de toda esa construcción dialéctica es la Idea. Y lo que distingue al hombre de todas las demás criaturas es que tiene pensamiento, tiene ideas. Marx toma la metodología dialéctica exactamente igual a como la tomaba Hegel. Pero desde el punto de vista conceptual, la da vuelta y dice: “todo muy lindo, tesis, antítesis, síntesis, la historia evoluciona, pero la raíz de todas las ideas es o está dada por la realidad económica. Depende qué posición tenga cada individuo dentro de la estructura económica, eso es lo que determinará la matriz de sus ideas”. En este punto se junta el materialismo histórico con el materialismo dialéctico, porque los dos tienen una fuente material. A diferencia de Hegel, que sostiene textualmente que es la “idea la que condiciona la realidad”, Marx dice “yo apoyo todo lo que usted dice desde el punto de vista metodológico, pero, conceptualmente, para mí es exactamente al revés. Es la realidad material la que determina (en los finales de su vida remplaza ‘determina’ por ‘condiciona’) las ideas.”

Y después de esa introducción filosófica a la obra de El capital, se entra ya en el análisis técnico del capitalismo, del sistema capitalista. Comienza por la teoría del valor. Todas las cosas tienen un valor, pero no todas las cosas tienen la misma naturaleza, de modo que no todas pueden ser intercambiadas en el mismo mercado. El mercado es el espacio de intercambio de los bienes y servicios. Una bolsa de harina es un bien, la electricidad, o el trasporte es un servicio. Y todas estas cosas tienen un valor. Pero él distingue claramente que no se va a ocupar de una característica del valor que es el valor de uso. Las cosas tienen valor de uso y valor de cambio. Y a él le van a interesar las cosas que tienen valor de cambio, que son las cosas que se intercambian en el mercado.

Marx dice: “para qué me voy a ocupar del aire. El aire es uno de los bienes que tiene mayor valor de uso, ningún ser humano podría vivir sin él, pero a los efectos del análisis económico del capitalismo no me interesa porque no se intercambia en el mercado”, por lo menos por ahora. Porque cuando Marx escribe esto no habla solamente del aire, habla del aire y del agua, que eran recursos tan interminables que no cabía ponerles un precio de mercado. Hasta que llegaron las empresas que tarifan el uso del agua, porque el agua se convierte en un bien escaso. Por eso aclaro que, al menos por ahora, el aire no es un bien rentable. Los bienes más escasos son los que poseen mayor valor de cambio, precisamente por ser escasos, y porque, precisamente, la definición de la economía es la administración de los recursos escasos.

A continuación, Marx se pregunta: por qué las cosas valen lo que valen. Qué es lo que le da sentido al precio de cada cosa, al valor de cambio de cada cosa. Empieza a ver de qué están hechas las cosas, cuánta distancia hay desde que su extracción de la naturaleza hasta su consumo, pasando por la comercialización, etc., pero llega un punto en que las cosas no pueden compararse, porque están hechas de manera distinta, llegan al mercado por rutas incomparables. Por ejemplo, un quintal de trigo, si hubo un clima tiene un precio, pero si hubo sequía tiene otro. Y así las cosas comienzan a complicarse, en virtud de los fenómenos naturales, la tecnología, la distancia, hasta que llega un punto después de todos los análisis, que sostiene: “creo haber encontrado un elemento que está presente absolutamente en todo los bienes y servicios que se intercambian en el mercado, y ese elemento común es la cantidad de trabajo humano contenido en cada objeto de intercambio, la cantidad de trabajo humano que fue necesario (‘socialmente necesario’) para producirlo”. Va desagregando, va descomponiendo la formación del precio de las mercancías más diversas, hasta que llega un momento en que encuentra un elemento común a todas, que es el trabajo humano. A partir de aquí lo llama trabajo socialmente necesario.

Como no todos los seres humanos tienen las mismas posibilidades o la misma capacidad de estar integrados en el proceso productivo o en el proceso de intercambio, hay seres humanos que juegan un papel y seres humanos que juegan otro papel. En este sentido, Marx se pregunta: cómo puede ser que si una persona fue la que trabajó para sacar un producto de la tierra, otra persona fue la que trabajó para trasladarlo y otra persona es la que trabaja para empaquetarlo, no sean estas personas, que son las que más trabajo incorporaron para la producción de ese bien, las que más ganan. El que gana es el propietario de la empresa que lo comercializa. Y es ahí donde él llega a la conclusión de cómo está formado el capitalismo, que divide a la sociedad en dos grandes clases sociales. Luego analizará las complejidades dentro de cada una de ellas, pero básicamente, desde el punto de vista del excedente económico, hay dos grandes clases sociales: la burguesía y el proletariado. Lo que distingue a una de la otra es que la burguesía es propietaria de los medios de producción y el proletariado solamente es propietario de su fuerza de trabajo. Lo que distingue a la burguesía del proletariado es la propiedad de los medios de producción.

Y como la lógica del capitalismo, la clave del capitalismo, su principio filosófico fundamental basado en la idea madre de las libertades individuales, es decir, cuánto más libre yo sea, más feliz podré hacer a la sociedad que me rodea y a mí mismo, esa libertad y esa felicidad dependerán de cuánta cantidad de dinero yo pueda acumular; dicho de otro modo, “tengo que aumentar al máximo posible mis ingresos generales, mi nivel de ganancia”.

¿Cómo hago para lograr esto? Si yo soy propietario de los medios de producción tengo, por un lado, un nivel de costos, y, por otro, debo poner un precio de venta de mercado. En consecuencia, tengo que hacer todo lo posible para que los costos sean los más bajos posibles y para que el precio sea lo más alto posible. Si el costo de producción es lo que me demanda a mí toda la cadena productiva, y lo puedo reducir a un valor que es el trabajo humano, tengo que hacer todo lo posible para que ese trabajo humano valga lo menos posible, de modo que yo —capitalista, propietario de un medio de producción— tenga los costos más bajos y por lo tanto el mayor margen de ganancia.

Marx llega a esta segunda conclusión, y es que en el sistema capitalista el trabajo también es una mercancía. Y como mercancía que es el trabajo, es decir, un producto valuable en el mercado, ¿cuál es el costo del trabajo humano como mercancía? Si el trabajo humano es una mercancía lo tengo que desagregar igual que como desagrego todas las mercancías. ¿Cuánto vale la mercancía “trabajo humano”? Vale lo que yo necesite para que un trabajador pueda adquirir todas las condiciones mínimas necesarias para que pueda producir y para que pueda trabajar. Es decir, un trabajador para poder trabajar, para que me pueda servir a mí como capitalista tiene que estar vestido. ¿Cuánto cuesta vestirlo? Tiene que estar comido. ¿Cuánto cuesta que coma? Tiene que tener la capacitación necesaria para el trabajo que tiene que producir. ¿Cuándo cuesta esa capacitación? Y esa conformación de los costos de esa mercancía que es el trabajo humano es el salario. Y eso es todo lo que puede ganar un trabajador.

Ahora, si yo junto todos los salarios que cuesta producir un producto y ese termina en definitiva siendo el costo del producto y lo vendo en el mercado al costo, ¿cuál es el sentido del capitalismo? No habría ganancia. Pero como yo soy el propietario de los medios de producción, o uno de los propietarios, y tengo que tener ganancias para poder seguir produciendo y avanzando, tendré un costo, pondré un precio, y la diferencia entre el costo y el precio, a favor de este último, es lo que Marx denomina, “plusvalía”. Al existir dos grandes clases sociales, una dominante y otra oprimida, dominada, es la clase dominante la que tiene la capacidad de fijar el valor de la plusvalía. Y en lugar de buscar plusvalías más bajas, va a buscar plusvalías cada vez más altas. Por lo tanto, al capitalista siempre le va a ir cada vez mejor y al trabajador le va a ir cada vez peor porque yo tengo que reducir costos y aumentar ganancias porque esa es la lógica del capitalismo.

Hay otro concepto que se ensambla en una lógica común del análisis de Marx, que es la escisión entre infraestructura y superestructura. En términos de hoy, la infraestructura productiva se asocia con los caminos, servicios eléctricos, redes de gas, una hidrovía para transportar los productos, pero Marx no la plantea en esos términos. Para él, la diferencia entre infraestructura y superestructura es que la primera está conformada por la relaciones de producción. Una relación de producción es la combinación de dos factores: el modo de producción y el medio de producción. Es decir el instrumento, la fábrica, el obrero, y la manera en que está organizada la producción. Esto deriva en un gran sistema de relaciones productivas, que en este caso es el capitalismo. Y la superestructura es un conjunto de relaciones no materiales: es el gobierno, la educación, la ética, la cultura, la religión, todo lo que conforma el mundo de las ideas. Para Marx, la infraestructura es lo que está en la base y la superestructura es lo que está arriba. Coherente con el materialismo dialéctico y el materialismo histórico, lo material determina lo cultural y lo ideológico. Marx repite muchas veces a lo largo de su obra “la infraestructura determina a la superestructura.”

Es decir, el capitalista se garantiza determinado sistema de producción, con esa ganancia se asegura el gobierno, y desde el gobierno plantea toda las leyes, las pautas culturales, ideológicas, religiosas, que se necesitan para garantizar la estabilidad de este sistema de producción. Por eso Engels, el compañero de Marx en la organización de El capital, tiene esa frase tan famosa que dice “la religión es el opio de los pueblos”. Es decir, la religión justifica el capitalismo. Y sobre todo se refiere a la religión cristiana cuando dice: “bienaventurados serán los pobres porque de ellos será el reino del Cielo”, porque con ello quiere decir, según la explicación del marxismo, “dejen que en la Tierra los bienaventurados seamos nosotros, los capitalistas. Para los pobres será el reino de los cielos, pero acá, la tasa de ganancias es nuestra”.

De aquí que, más tarde, una de las primeras medidas que toma Lenin en la Revolución Rusa es prohibir la religión y suprimir el culto, para que sea el gobierno del “proletariado”, quien establezca todas las reglas morales, políticas, ideológicas, culturales para sostener el nuevo sistema. Y por eso Marx llega a la conclusión de que la única manera de cambiar el sistema, es el método revolucionario para acceder Estado, porque es desde el Estado que se van a cambiar las reglas ideológicas.

Dos cosas se cambian desde el Estado. Las reglas ideológicas se cambian, pero eso es lo segundo. Lo primero es que el Estado se tiene que apropiar de los medios de producción, para que no haya más plusvalía en manos privadas. Porque si el que tiene los medios de producción es el que fija la plusvalía, y esa ganancia va a los capitalistas privados, en la medida que el Estado se apropia de los medios de producción, la plusvalía la pasa a ostentar el Estado. Y el Estado la redistribuye entonces, no de acuerdo con la propiedad económica de cada ciudadano, sino igualitariamente. El Estado marxista cambia absolutamente las reglas, pero cambia un paradigma que dice: “las sociedades, a diferencia del liberalismo que se organizan en base al paradigma de la libertad, se van a organizar en base al paradigma de la igualdad. Y es el ser iguales lo que nos va a hacer libres, porque está comprobado que el ser libre nunca nos va a ser iguales.”

Esta disputa hasta hoy está vigente, más allá de que haya caído el Muro de Berlín. Cuando se dice: “hay que condenar a Cuba, porque en Cuba no se vota”. No es que no se vota, sí se vota, pero no hay muchos partidos políticos. Hay uno solo. En Cuba responden: “para qué les sirve a ustedes la libertad de votar si ustedes tienen una gran libertad para votar pero los chicos se mueren de hambre. Acá, en Cuba, habrá un solo partido político, pero no hay un solo pibe que se muera de hambre.” Son pobres, pero son todos iguales, y no hay hambre. En definitiva, es la disputa que mueve al mundo. Cuánta libertad se puede resignar para tener un poco más de igualdad y cuánta igualdad se puede resignar para tener un poco más de libertad. La verdad es que ésa es la pregunta filosófica clave de la ciencia política. Y cada país la va resolviendo cómo puede.

Pero volvamos al marxismo, que sostiene que a partir de una revolución se toma el Estado, éste se apropia de la plusvalía y la distribuye en términos igualitarios en toda la comunidad. Esa es la lógica del sistema comunista. Y ese es el paradigma con el que está hecha la Revolución Rusa de 1917.

El liberalismo se basa en la libertad de mercado, en la libre competencia que establece que todos compitan, y el mercado mismo arreglará los desequilibrios. El Estado liberal cumplirá un papel de “Estado gendarme”, estará vigilando con la bayoneta ahí, sin apuntar, que pasen cosas, si pasa alguna cosa demasiado  rara ahí sí, sino no tiene por qué intervenir. La libertad de mercado se encargará de todo. Cuando un precio se encarece mucho, la gente lo va a comprar menos, si lo compra menos, va a tener que bajar el precio para que lo compre más. Del mismo modo, si una cosa baja mucho, la gente la va a comprar mucho, su precio subirá y la comprará menos. La oferta y la demanda funcionarán solas. Por eso Adam Smith habla de la “mano invisible” del mercado. Si el mercado tiene una mano invisible que ordena los desequilibrios, para qué hace falta el Estado. Si el Estado se mete, actúa sobre la libertad de la gente y cuando la libertad de la gente está afectada, las sociedades no son felices, porque la gente no puede desplegar toda su libertad. Y lo que dice Marx es: qué libertad puede desplegar un pobre tipo que trabaja 18 horas por día en una mina. O en una fábrica textil que se llena de partículas en los pulmones. Allí tiene que estar el Estado para poner límites a la libertad de uno para que los otros tengan un poco más de libertad.

El capitalismo denunciará que eso lo hace el Estado marxista a costa de la libertad de pensamiento, que quien no piense como el partido del Estado, no puede vivir, y eso lo convertirá en un régimen autoritarios, o bien totalitario. Se trata de posiciones paradigmáticas. Después, el mundo real se moverá entre esos dos extremos. También el capitalismo ha dado origen a regímenes totalitarios, no necesariamente comunistas, como, por ejemplo, el nazismo. El nazismo no dijo que había que socializar los medios de producción; era aliado de la burguesía, y sin embargo no fue menos totalitario que Stalin.

Plus-valía: más valor. El marxismo lo que dice es que las cosas tienen un valor, y que si se vendieran a ese valor el capitalista no obtendría ganancias. Entonces como el capitalista es la clase dominante, es el que tiene la capacidad de fijar los precios, tiene que fijar un precio mayor que el valor. Esa diferencia entre el costo de producción y el precio de venta es la plusvalía. Entonces, el cambio de paradigma que plantea el marxismo es que la apropiación de esa plusvalía no tiene que recaer en la clase dominante sino que se tiene que distribuir en toda la sociedad. ¿Quién es el agente redistribuidor en representación de la sociedad?: el Estado. Por eso dice que hay que abolir la propiedad privada, hacer una revolución, expropiar los medios de producción desde el Estado y asumir la propiedad pública o social de ellos. Por eso el marxismo plantea la propiedad estatal de los medios de producción, que fue en definitiva una de las cosas que dividió al mundo en dos grandes sistemas entre 1917 —la Revolución Rusa, luego soviética— y 1989, cuando cayó el Muro de Berlín.

 

-que es una de las primeras obras de Marx - es una obra fundamentalmente política, fue escrita en 1848. ¿Cuál es el contexto social y político de esa etapa del siglo XIX?