Artículo publicado en la revista Contraeditorial, en su edición del 10 de agosto de 2018.

Los planos convergentes de un colosal aparato de poder

El retraimiento de la política a expensas de la lógica individual


Las sociedades contemporáneas son cada vez menos homogéneas. Sus integrantes son portadores de intereses diversos, leen la política desde miradas diferentes. De aquí que sus comportamientos sociales, políticos y electorales no responden a un análisis lineal. Los resultados electorales son consecuencia de múltiples causas.

Por eso es tan difícil que un mismo espacio político obtenga las mayorías de antaño. Hoy, para construir una hegemonía política se requiere un mayor papel articulador que de predominio puro sobre la voluntad popular. Se requiere aglutinar dentro de nuestros grandes valores aquellas miradas diferentes. Valores como la esperanza por sobre las angustias del pasado, la necesidad de la inclusión por sobre la idea de que es inevitable que haya ganadores y perdedores, la solidaridad por sobre el individualismo. Y trasmitir esos valores profundos con las palabras y en las formas más simples conque sea posible. No tiene por qué haber contradicción entre la consistencia de un argumento y la sencillez con que se lo comunique.

Otro factor es que en esta época los comportamientos locales se inscriben en grandes climas sociales y políticos de alcance regional e internacional. En estos momentos, gran parte del mundo se encuadra en una tendencia a la fragmentación más que a la unidad de las instituciones, a resaltar la impotencia de la política para solucionar problemas y a reaccionar contra la concentración del capital y contra la desigualdad que deriva de ello, desde la defensa de posiciones individuales y sectoriales, y no desde la organización de colectivos sociales o políticos más amplios. Crece la tendencia a analizar desde lo particular y no desde lo sistémico, pese a la paradoja de que es precisamente un sistema de acumulación y de representación global el causante de las vicisitudes de las grandes mayorías. 

Muchos acontecimientos políticos sólo se expresan desde lo paradojal, desde lo contradictorio, y no de una lógica lineal como estuvimos acostumbrados en otras etapas. Por ejemplo, que el explotado acepte las políticas del explotador. Que, en términos freudiano-hegelianos, el esclavo repita como propio el “discurso del amo”.

En este marco, los recientes procesos populares de América Latina incluyeron a vastos sectores sociales que estaban marginados, dentro de círculos cada vez más amplios de consumo. En términos de Álvaro García Linera, el ingresar en mayores expectativas de consumo, aleja a los beneficiados de la solidaridad, la épica y la organización colectiva, que son propias de las luchas primarias como las que se dan contra el hambre o el desempleo. Y los acerca a la denominada lógica “aspiracional”. La permanente instigación al consumismo por parte de las grandes cadenas, expande esa mirada “aspiracional” desde las franjas medias hacia los sectores más humildes. El objetivo es que el excluido comience a sentir que para superar esa situación no debe sumar sus esfuerzos a los de su clase, sino apostar al mérito individual. En vez de actuar de acuerdo con el sector social al que pertenece, hacerlo tomando como referencia a las clases superiores. 

Actuar sobre este fenómeno, formular una agenda para que quienes ascienden socialmente no abdiquen del valor de la solidaridad y reconozcan la importancia que tuvieron las políticas públicas para hacerlo posible, es una de nuestras asignaturas pendientes.

Estamos en presencia de toda una reconfiguración de los esquemas lógicos y éticos con que las mayorías organizan su interpretación de la realidad, según los cuales vale más el escalamiento individual que la organización y la construcción comunitaria. Esto pone en un plano menor a la política como organizadora de lo colectivo. Así como no se la reconoce como responsable de los avances, si no se consiguen los objetivos no será como consecuencia de una mala política, sino debido a la falta de mérito individual. Apartada la relación entre la política y lo universal, se naturaliza la existencia de ganadores y perdedores. Es decir, la desigualdad pasa a ser un hecho natural, y no un resultado de la injusta administración y distribución de los recursos. Desde esta lógica, la política se retira y debe retirarse aún más de su responsabilidad de reparar desigualdades y de intervenir decisivamente en las cuestiones públicas, de respaldar al más débil en una lucha desigual con los grandes poderes, y se reduce a la mera apelación retórica y banal a cuestiones abstractas y asépticas como el diálogo, la alegría, el consenso, el futuro y los equipos. Sin por qué, ni para qué. 

El neoliberalismo de nuestros días se toma de la idea central del liberalismo clásico: la sociedad no es otra cosa que la suma de las individualidades que la conforman, y para que éstas desplieguen sus habilidades, el Estado debe prescindir de todo tipo de implicación. El mensaje implícito, no escrito, se configura en el siguiente círculo vicioso: debilitar a la política para que se la desprecie, despreciarla para que se debilite. Cuando esto ocurre, los poderes fácticos pasan a ejercer su acción con plena libertad de movimientos, se abren las puertas para su relación directa con los individuos, sin mediación de la política, en una relación absolutamente asimétrica, pero con el pleno consentimiento de las víctimas. El condenado, autolegitimando su situación de máxima vulnerabilidad, acepta ponerse a disposición de su verdugo. 

 

La profunda impronta del pensamiento oligárquico argentino


En el caso argentino, a estas tendencias del presente hay que sumar el marco histórico en el cual se forjaron algunas creencias profundamente arraigadas en el llamado “sentido común” de una parte importante de nuestra sociedad. Se trata de la “historia oficial” escrita a fuego por las élites del centralismo portuario sobre finales del siglo XIX. Los pensadores más influyentes en esos años, eran portadores de las ideas liberales de la ilustración francesa y de la ética positivista importada del mundo anglosajón, bajo el manto protector de que estaban modernizando el país. 

La literatura dominante asoció la idea de civilización con la cultura europea, con el monopolio de la renta aduanera, con la expoliación de nuestras materias primas, con el freno a la producción local de manufacturas, y al liderazgo de los caudillos provinciales sobre los sectores más humildes lo identificó con la barbarie. Así, es lógico que vastas capas sociales de profesionales, comerciantes y artesanos que descendían del inmigrante y que irían configurando nuestras capas medias, se identificaran con la “civilización”, y no con la “barbarie”.

Ya en la Primera Junta de Gobierno, la disputa de modelos se había saldado en favor de las ideas conservadoras sostenidas por Saavedra, a expensas de las ideas innovadoras de Moreno y Belgrano, debido al prestigio que las tropas de aquel habían ganado en las barriadas porteñas durante la ocupación británica. Abrazadas a esas ideas conservadoras, las familias más pudientes fueron tejiendo sus lazos con la milicia, en una alianza de clase que se consolidó décadas más tarde con las sucesivas campañas contra el indio y el gaucho. Este desplazamiento del pobre y el indefenso, legitimado por el discurso hegemónico oficial, preanunciará el desprecio por los más vulnerables que se anidó en el imaginario de algunas capas medias del siglo XX. La conquista de un territorio inabarcable para la imaginación de los militares que lo ocupaban despojando a sus pobladores por la fuerza, sentó las bases de una oligarquía terrateniente y rentista por sobre la formación de una cultura productivista e industriosa; una alianza de clases que hizo la terrible guerra de destrucción del Paraguay y luego impulsará los golpes de Estado contra los gobiernos populares. 

De este modo se forjó una poderosa creencia –que es algo mucho más profundo que una ideología- según la cual de la prosperidad del campo nacía la prosperidad del país, clara muestra de la hegemonía cultural impuesta por los grupos dominantes. La creencia generalizada en que debemos añorar aquella Argentina “granero del mundo” (hoy “supermercado” del mundo), que ostentaba el séptimo PBI mundial, pero en la que sólo el 7% de su población finalizaba sus estudios básicos. 

A todo esto, San Martín era erigido como Padre de la Patria por el propio Mitre. ¿Cómo lograr que fuera venerado por todos, a ambos lados de la grieta? Porque pese a su ideal de soberanía, a haber dado la espalda a las directivas cipayas de Buenos Aires, a haber expropiado tierras cuyanas a los poderosos, de haber formado el ejército libertador con nativos y de haber apoyado a Rosas en La Vuelta de Obligado, renunció a disputar el poder político interno. Si no se disputa poder con “ellos”, no se es responsable de la grieta. 

Otra de las creencias profundas es que la prensa debe garantizar imparcialidad, aunque la historia nos muestre a Moreno como fundador de la Gaceta para difundir las ideas revolucionarias, nos muestre la pluma periodística mordazmente política de Alberdi y Sarmiento, y al diario La Nación fundado por Bartolomé Mitre como “tribuna de doctrina”, y no como tribuna de objetividad o de periodismo independiente. O nos muestre la decisiva intervención política del diario Crítica en el derrocamiento de Yrigoyen, y del diario La Prensa contra Perón. 

Debajo de todo esto, como si fuera poco, subyace la profunda influencia de la colonización eclesiástica. Desde los centros más aristocráticos hasta los rincones de provincia más humildes y alejados, esa tradición católica que por un lado pondera positivamente un valor como la solidaridad, al mismo tiempo se torna conservadora y refractaria a los cambios políticos más estructurales. 

El poder construyó los pilares del sentido común en defensa de sus intereses de clase (el latifundio como sinónimo del progreso del país, las costumbres europeas como arquetipo cultural, la política como factor contaminante y no como noble lucha contra la injusticia, el desprecio y la criminalización del humilde, su condición de desclasado). En décadas más recientes, el diario Clarín y el canal 13 de Goar Mestre (que por ese entonces no estaban integrados) fueron los encargados de penetrar a la clase media argentina con los valores y el decorado propios de la zona de confort que disfrutaba la sociedad estadounidense de los años 50 y 60, lo que luego hizo a aquella tan permeable al pensamiento conservador que muchos de sus integrantes exhiben actualmente. La prensa será libre e independiente en cuanto proteja esas creencias, y se la tildará de autoritaria y militante toda vez que las ponga en debate (aunque durante la gestión kirchnerista los unos y los otros trabajaban, y en la actual gestión, supuestamente más democrática y orientada a unir a los argentinos, los que expresan algo diferente del pensamiento único no tienen trabajo). 

Todo aquel movimiento social o político que interpele o contradiga aquellas creencias será denunciado como el bárbaro que ataca los valores de la civilización. Así ocurrió con la chusma yrigoyenista, con las hordas salvajes de descamisados durante el primer peronismo, y con las mujeres humildes del kirchnerismo que se embarazan para recibir una ayuda social, los jóvenes que cobran un subsidio para drogarse o emborracharse y la gente que elige dormir en la calle porque le pagan. 

“Las ideas las tenemos, en las creencias estamos”, decía Ortega y Gasset. Contra todas esas creencias tan profundamente enraizadas, que en el presente reciben viento a favor desde el contexto internacional –nada menos que contra todo ese descomunal dispositivo de poder- luchamos los movimientos contra-hegemónicos tanto ahora como en diferentes momentos de la historia, en nuestro país y en toda América Latina. 

 

Los otros planos convergentes. Los golpes blandos y sus etapas


Es decir, no se trata sólo del monopolio comunicacional de Clarín que silencia toda expresión alternativa desde el ejercicio de un control social fenomenal. Ese monopolio se apoya en creencias muy profundas, a las que ayuda a consolidar con el fin de preservar su proyecto de poder. 

A ese primer plano, histórico, profundo, de las creencias más arraigadas y al segundo plano, más político y actual del monopolio de la comunicación, se agrega el plano de la geopolítica internacional, según el cual América Latina sigue bajo la influencia del complejo de poder con origen en los Estados Unidos. Desde esa perspectiva, el Departamento de Estado y el poder militar del Comando Sur y la Cuarta Flota, continúan siendo determinantes para la política regional. 

Una vez asumidos los altos costos de haber sostenido dictaduras feroces, sus laboratorios de pensamiento se abocaron a estudiar nuevos mecanismos de dominación capaces de arribar a los mismos objetivos de las dictaduras, pero con menor nivel de masividad y crueldad extrema en la violencia aplicada. En lugar de obtener acatamiento a partir de la ocupación militar del territorio, pasaron a la ocupación cultural y simbólica de las mentes. 

El segundo ítem del presupuesto del Departamento de Estado, detrás del personal diplomático radicado en el exterior, es la financiación de dispositivos bautizados recientemente como golpes blandos. Los mismos se configuran desde distintos ángulos de acción. Uno de ellos es la cooptación y formación ideológica de empresarios y dirigentes políticos, sindicales y sociales, periodistas y comunicadores, a través de cursos y seminarios nacionales e internacionales, a quienes se agregan jueces y abogados de los grandes estudios. 

Estos últimos, como parte de todo el sistema, protagonizan la nueva doctrina denominada “Lawfare”, que consiste en la difamación y el desprestigio de dirigentes populares, a fin de ponerlos en una situación de vulnerabilidad tal que predisponga a la opinión pública a aceptar su condena y linchamiento mediático, como presupuesto de futuros procesos judiciales que serán llevados a cabo por ellos mismos. 

Francis Stonor Sanders, ya hablaba en su libro "La CIA y la guerra fría cultural", de "las mentiras necesarias" y las "negaciones creíbles", de la propaganda y la conquista de las mentes, de distribuir información, ideas o doctrinas por diferentes medios para influir en el pensamiento de determinados grupos. "La propaganda más efectiva –dice la CIA- es aquella en que las personas se mueven en la dirección que nosotros queremos, pero piensan que lo hacen por sus propias ideas." Pero es en 2003 cuando se re-inaugura una nueva etapa de las “Fake-news” (noticias falsas) a nivel mundial, obteniendo una condena pública que justificó la invasión estadounidense a Irak por la presunta tenencia de armas químicas, lo que luego se demostró como falso. El mismo método se aplicó para desestabilizar y/o derrocar a los gobiernos nacionales de Túnez, Libia, Egipto, Siria y otros estados de Medio Oriente, en lo que se conoció como “la primavera árabe”. Y más tarde, se trasladó a América Latina para desprestigiar por distintas vías a líderes como Maduro, Lula, Rafael Correa y Cristina Fernández de Kirchner, ante la opinión pública nacional e internacional. 

En este plano resulta central la conexión entre los servicios de inteligencia nacionales y el espionaje de los EE.UU. e Israel, como quedó cabalmente demostrado en nuestro país con el episodio Nisman, que vino a sumarse a las reiteradas sospechas de corrupción sobre el gobierno anterior, en su mayoría jamás probadas. 

Otro ítem de esta estrategia es el financiamiento de organizaciones intermedias de la sociedad civil para la penetración ideológica a nivel capilar, encubierta detrás de objetivos loables como cruzadas solidarias, ayuda a escuelas y a otros espacios públicos, construcción de viviendas, etc., que llenan muchas veces el vacío dejado por el Estado. 

En definitiva, sobre aquella primera plataforma subyacente de profundas creencias arraigadas, y en el mismo sentido que la concentración mediática a través de cadenas internacionales, se ha construido este tercer factor de penetración cultural contra la cual los proyectos populares y contra-hegemónicos estamos encarando nuestra batalla en toda la región.

Las fases utilizadas son –como lo explicita Gene Sharp en “De la dictadura a la democracia”- la creación de malestar a partir de mentiras de gran impacto social conocidas como post-verdad, o bien montándose sobre errores que todo gobierno popular puede cometer. Luego se generan movilizaciones destituyentes que culminan con el descrédito, la destitución, el apresamiento y la proscripción de los líderes populares. Por último se ocupa el gobierno.

Con mecanismos de penetración muy sutiles, sofisticados y ensayados a nivel cinematográfico, el poder logró que calaran hondamente en un sector del electorado consignas tales como “la herencia recibida” y “se robaron todo”. Así, el alto porcentaje de malestar económico que se comprobaba durante la campaña de 2017 no se trasladó linealmente a las urnas. En mayor proporción que en otras ocasiones, el voto no expresó sólo lo económico. Tuvo un alto porcentaje de componente simbólico de adhesión al macrismo, producto de una prédica sobre los esquemas de interpretación de la realidad de una gran suma de votantes, en quienes el oficialismo fue muy eficaz para instalar sus postulados. 

Hasta hace poco, no se negaba la malaria económica ni se ignoraba el ajuste, pero, debido a la habilidad, a la persistencia y a los recursos destinados a instalar la consigna de la herencia recibida en ese campo simbólico de análisis, la situación económica no aparecía como responsabilidad del actual gobierno, sino que él estaba haciendo lo imposible por reparar los problemas, y por lo tanto había que darle tiempo para que pudiera demostrarlo. En realidad, si la economía cotidiana y la macroeconomía no evidenciaron antes sus peores consecuencias, fue precisamente gracias a las buenas condiciones con que Macri recibió el país de manos de Cristina.

 

El desafío

Contra todo esto nos enfrentamos. El macrismo, y su variante en el justicialismo servil al poder, constituyen la versión actual y remozada de los viejos intereses y dispositivos culturales y comunicacionales de la oligarquía argentina, con un nivel inédito de planificación y financiamiento interno y externo.

Comprender la magnitud y la profundidad de este dispositivo de poder, su dimensión mundial, la capilaridad social de sus alcances, la estructura de financiamiento con la que cuenta, nos da la medida de la profesionalidad, inteligencia y perseverancia con la que debemos contraponernos a él desde el campo popular. Cómo utilizar las nuevas herramientas, tecnologías y modalidades de la comunicación en el sentido correcto. Manteniéndonos fieles a nuestros principios y objetivos, sin caer en la tentación de mimetizarnos con algunos formatos que resultan novedosos, pero que desnaturalizan la política, sus necesarios tiempos de reflexión y persuasión. Y sabiendo que debemos bajar las resistencias de una porción importante de la opinión pública a la cual llegado con más eficacia que nosotros, de modo de reconquistarla. 

Ellos son poderosos, lo sabemos. Pero de este lado hay un compromiso que nos atraviesa la vida. Estoy seguro de que sabemos, entre estos dos costados de la Historia, dónde está la fuerza de lo verdadero, de lo noble, de lo correcto, de lo justo.

 

 

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