Intervención de Carlos Raimundi en la reunión de Coppal, Buenos Aires, 22-5-2019

La primera caracterización de la Argentina actual es el desmesurado e inédito nivel de endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional. No solamente en términos absolutos, en términos de cantidad de dinero entregado como nunca se había visto, sino en términos de concentración de la cartera de créditos del Fondo Monetario, por cuanto alcanza casi el 40% del total del dinero que en este momento el FMI tiene colocado en diferentes países.

A esto se agrega una situación sin precedentes y es que se trata de dinero que el Fondo Monetario autoriza a utilizar para que el Banco Central de Argentina intervenga en el mercado a través de la venta de esos dólares para mantener su precio, controlar un posible estallido en el valor de la misma y con ello impedir un mayor desgaste político del gobierno. No se trata de un endeudamiento con consecuencias económicas, sino eminentemente políticas. Esta situación no se aviene a los fundamentos técnicos del FMI sino a un pedido político de Donald Trump para sostener a Macri en la presidencia, lograr cierta calma en el clima financiero y que esto le permita un segundo mandato de gobierno. 

El acuerdo entre Trump y Macri es que un segundo mandato de nuestro presidente garantice las reformas estructurales que exige el poder financiero globalizado, en términos de entrega de los yacimientos de litio y de petróleo, las tierras de la Patagonia y otros activos del país, así como la reforma del sistemas previsional y laboral, que desestructure definitivamente las reservas de poder social organizado con las que la Argentina cuenta desde el primer peronismo en adelante.

Además de sus consecuencias en el plano de las finanzas, este endeudamiento ha causado la la ruptura del tejido productivo y social de la Argentina, que ponen al país en una situación más similar a la de 2003, cuando comenzó el gobierno de Néstor Kirchner, que a la de 2015 al cabo de doce años de gestión kirchnerista. Digo esto porque si el país estuviera en condiciones similares a la de 2015, en términos de su articulación económica, social y productiva, lo que habría que hacer es confeccionar una agenda de profundización del proyecto nacional y popular. Pero si convenimos que hay muchos elementos que marcan un profundo retroceso respecto de esa situación, habrá que transitar un camino de reparación de derechos y de condiciones económicas, sociales y productivas. Es esto lo que justifica la fórmula presidencial recientemente establecida, que combina elementos de moderación con el fuerte componente de profundización que expresa la presencia de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

¿A qué debemos en términos generales el retroceso operado en la región respecto del ciclo de gobiernos populares de principios de este siglo? ¿A un exceso de radicalización de las propuestas o precisamente a lo contario, a no haber intervenido a fondo para desarticular la matriz de nuestro sistema de producción, abastecimiento y comercialización, de no haber intervenido en el monopolio de las cadenas hegemónicas de medios de comunicación y de no haber intervenido a fondo para desarticular este nuevo actor político representado por sectores del poder judicial con el aporte de los servicios de inteligencia y del espionaje, interno y externos?

Si pensamos que no fue por exceso de radicalización sino tal vez por no haber logrado ir a fondo en estos temas, es paradójico que para retomar el ciclo debamos moderar en vez de radicalizar nuestra propuesta. Esa paradoja no tiene una resolución nítida, habrá que combinar estos contenidos de transición, a los efectos de volver a recorrer un camino de reparación de tejidos destruidos y al mismo tiempo confeccionar una nueva agenda de profundización que impida la repetición de ciclos oligárquicos en la región.

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