INSTITUTO HANNAH ARENDT

EL LEGADO DEL SIGLO XX. Carlos Raimundi, 10 de abril de 2006-06-11

 

La clase de hoy versará sobre cuestiones menos filosóficas que la primera (a cargo de Elisa Carrió). Conociendo a la profesora que la impartió, estoy seguro de que ha tenido un nivel de profundidad que no deben esperar de la charla de esta tarde.

El tiempo que nos toca vivir está caracterizado por la incerteza. La sensación de incertidumbre, de oscuridad, es inherente a la condición humana. En todas las etapas históricas nos encontramos con que se tiene miedo a lo que se desconoce. Pero lo que caracteriza a nuestro tiempo es el miedo como situación permanente. No solamente al futuro, sino también al presente, miedo al día de mañana o a qué podrá sucedernos en los próximos treinta minutos. O tal vez no sea miedo, sino una sensación de no saber hacia dónde, no tener claridad respecto de  eso.

Y si bien no tengo la presuntuosidad de responder a ese interrogante, al menos trataremos de indagarnos juntos sobre ese ¿hacia adónde? Comenzando por indagarnos sobre cómo hemos llegado hasta donde estamos, poniendo como punto de referencia —en este caso— al siglo XX.

El tiempo cronológico no es absoluto sino relativo a la cantidad de acontecimientos que podamos incorporar a determinada medida de tiempo. Es por eso que el cerebro de un chico de 5 años de nuestros días está informado por la misma cantidad de datos que tenía Parménides, siendo que era un sabio de su tiempo. Es así que la evolución de la vida humana muestra que

el número de acontecimientos acumulados en una misma unidad de tiempo va en aumento.

 

No hace falta explicar mucho esto. Pero no se trata simplemente de cómo medir el tiempo cuantitativamente, sino de cómo se posiciona la mente frente a la medida del tiempo. Imagínense lo que podía sucederle a un ciudadano ilustrado de Buenos Aires que no había tenido la posibilidad de viajar, hombres que fueron dirigentes políticos en su momentos, que forjaron el destino de nuestra nacionalidad independiente desde fines del siglo XVIII, cuando no existía la fotografía. Imaginemos cómo podía presentársele en su universo una ciudad como París, qué imagen podían formarse de un lugar al que sólo podían acceder muy parcialmente a través de una obra de arte. Hablamos de la etapa anterior de la aparición de la fotografía. Qué podría imaginarse una persona, un ciudadano ilustrado con acceso a las fuentes doctrinarias emancipatorias de la época pero que al no tener la cultural de la imagen estaba hablando de lugares y acontecimientos que sucedían en lugares que jamás podía conocer por otra vía que no fuera o el relato abstracto o una obra de artes plásticas. Conectarse con un espacio físico diverso demandaba todo un esfuerzo intelectual que por lo tanto también demandaba tiempo. En definitiva, la interpretación de una unidad de tiempo —entendida en términos políticos, por cierto— depende en gran medida de la cantidad de acontecimientos que se sitúan dentro de esa unidad. Y así llegamos a lo que afirma Eric Hobsbawn respecto del siglo XIX, esto es, que se trata de un siglo largo, que excede largamente los cien años cronológicos, ya que comienza con la independencia de los Estados Unidos de América y la Revolución Francesa (es decir, antes de 1800), y culmina con la Primera Guerra Mundial (es decir, después de 1900). Se trata del siglo de la burguesía, de las instituciones económicas, políticas y sociales de la burguesía . “Laissez faire, laissez passer “dejar hacer, dejar pasar”) no es otra cosa que una síntesis del modelo del liberalismo, libertad de industria y libertad de comercio.

El liberalismo, con el individuo como centro, plantea que cuanto menos el Estado interfiera sobre las libertades individuales, más próspera va a ser una sociedad. La prosperidad social deviene de la suma de las prosperidades individuales, en cuyo caso estamos ante el modelo histórico del Estado gendarme, un Estado que vigile pero que no actúe, salvo cuando ve algún disloque de las reglas del mercado. Mientras tanto hay una mano invisible que organiza la asignación de recursos a partir del libre ejercicio de las libertades individuales. El Estado real, el Estado de la burguesía, es el que hace centro en el respeto por las libertades individuales. La economía de mercado lo necesita.

Desde el punto de vista del análisis marxista, las leyes fundamentales de la economía capitalista, las leyes de la oferta y la demanda, la autorregulación de los precios por parte del mercado, necesitan garantizar la libertad de concurrencia, la libre competencia. Pero justamente esta libre competencia lleva al resultado inverso del que se propone, y él es la concentración. Esto resulta así porque siempre existirán empresas, actividades o individuos que por distintas condiciones objetivas y subjetivas van a prevalecer sobre otros y van a tender a alimentar su margen de ganancia, llevando a la proletarización de la sociedad. Este proceso no alcanza sólo a los proletarios propiamente  dichos, que son sólo dueños de su fuerza de trabajo, sino también a aquellas empresas que van quedando al margen del proceso de competencia. Esta acumulación social hacia abajo es lo que, según Marx, crea las condiciones objetivas para la revolución, y subjetivamente va creando conciencia de clase, va preparando al proletariado para la revolución. Este proceso va a trascender las fronteras nacionales, llegando a lo que Lenin denomina imperialismo, como la “etapa superior del desarrollo capitalista”. El imperialismo deviene en colonialismo, los países de desarrollo capitalista más temprano trasponen las fronteras nacionales en busca de mano de obra más barata, recursos naturales para continuar su proceso de acumulación y eventualmente nuevos mercados donde colocar su producción.

Así se van forjando las corrientes internacionalistas de pensamiento, tanto en economía como en política. Y así llegamos al siglo XX en términos políticos, es decir, al desencadenante de la Primera Guerra Mundial, un conflicto con ribetes o alcances universales dado que tiene lugar en Europa, que es el corazón de la civilización occidental.

La Primera Guerra Mundial detona con el famoso asesinato del archiduque de Sarajevo y su esposa por los nacionalistas servios, un atentado por parte de una alianza histórica entre Servia y Rusia contra las potencias que ocupaban el corazón de Europa, en este caso el Imperio Austro-húngaro, Alemania y Croacia.

Me adelanto a un tema del que hablaré luego. El Imperio Austro-húngaro era una formación política muy fuerte en su momento, pero al mismo tiempo lo suficientemente artificial como para desmembrarse luego de la derrota que sufrió en la Primera Guerra Mundial, en lo que a partir de ese momento son dos Estados independientes, Austria y Hungría.

La Primera Guerra deja pendiente cosas que después definirá la Segunda; el periodo de entreguerras es el lapso durante el cual las cuentas pendientes de Europa. La relación entre los nacionalismos exacerbados y la proyección internacional de Washington y Moscú, continúa pendiente, y se definirá recién con la concreción del segundo conflicto.

Este período –el de entreguerras- no es de paz, sino de tregua. Tiene que ver con la lucha entre las doctrinas nacionalistas más fuertes del corazón de Europa central, primero con Mussolini, luego con Hitler, versus lo que ellos denominan las dos grandes corrientes internacionalistas llamadas a terminar con el espíritu nacional de los europeos. Es decir, hay que defender a Alemania, hay que crear una doctrina fuertemente emocional en alianza con otras doctrinas nacionales como puede ser Franco en España y Mussolini, porque hay que defenderse de las grandes corrientes internacionales que vienen del capitalismo de los EE.UU. y el imperialismo ruso y su doctrina colectivista, con un aditamento: las dos están comandadas por el capital judío. La lucha no sólo tiene por misión defender el territorio europeo, sino con el exterminio de los causantes del cimbronazo.

Finalmente, los EE.UU. rescatan a Europa del nazismo desde la frontera occidental, y por lo tanto se apoderan del control de su territorio, así como la URSS hará lo propio con la frontera oriental. Ambas superpotencias se reparten Alemania, Europa y el mundo, aparecen los dos grandes bloques. Estamos ante la Guerra Fría.

El Estado benefactor nace de la “Gran Depresión”. El presidente Hoover no logra resolverla durante los dos primeros años, hasta que en 1932 asume Franklin Delano Roosevelt y designa como ministro de economía a John Maynard Keynes, quien desmiente una vez más a Karl Marx.

Más allá de su brillante análisis teórico del capitalismo, la realidad le impone a Marx dos “mentís” muy fuertes. El primero es que la primera revolución comunista tiene lugar en una economía pastoril y no en Manchester, como debiera haber sido según su teoría. El segundo, es que no se da como respuesta al momento de máxima crisis de superproducción del capitalismo, como lo fue la crisis de 1929 en Wall Street. Es decir, no fatalmente será la realidad económica lo que determine la historia, sino que en un caso Lenin y en el otro Keynes, torcieron el análisis pura y deterministamente materialista en base a sendos aportes intelectuales. En esos casos fue la idea lo que determinó la realidad económica, y no a la inversa, como plantea el marxismo. Lo que procuro es llegar a la conclusión de que ideales y realidad económica, conciencia y relaciones de producción se sobredeterminan (entre sí) y no se determinan fatalmente una a otra, como en Marx o en Hegel, desde perspectivas diferentes.

Volviendo a cómo se resolvió la Gran Depresión, se trató de la mayor crisis de superproducción capitalista; no fue una crisis de stock sino por el contrario, un exceso de stock sin mercado comprador, lo que hizo que se desplomaran las acciones empresarias. Es así como llega Keynes y plantea que no necesariamente deberá romperse con las reglas fundamentales del capitalismo para sortear su crisis, básicamente me refiero a la propiedad privada. Lo que habrá de hacer es dotar al Estado de determinados instrumentos de intervención activa en el proceso económico como el crédito, la política tributaria, el pleno empleo y la tolerancia del déficit fiscal como factor de reactivación económica. Así, el Estado pondrá una cuadrilla de gente a cavar pozos y detrás otra cuadrilla a taparlos, con tal de que todos tengan salario y puedan integrarse a un sistema productivo que estaba desbordado. No hubo revolución proletaria por la presencia de quienes hicieron un planteo intelectualmente distinto.

El mundo ingresa en un proceso de crecimiento excepcional, que no había tenido antecedentes, que se prolongará por las siguientes tres décadas y que nunca se repitió después. Estas tres décadas se corresponden con el esplendor del Estado-nación en cuanto formación política, la industria de chimeneas como formación económica y el trabajo asalariado como fuente de la estructura social. De la combinación de esos tres factores provienen las tres décadas de mayor crecimiento económico que conoce la humanidad.

Ahora bien, es ese esplendor del Estado nación el que abriga paradójicamente el germen de su debilitamiento. El crecimiento genera en primer lugar la formación de los grandes conglomerados económicos que terminan por acumular muchísimo más capital que el presupuesto de los propios Estados, esto es, el capital privado internacional amenaza y subordina los presupuestos estatales.

Del otro lado, tenemos la gestación de los grandes movimientos sociales. El crecimiento industrial indiscriminado lleva a la preocupación por el ambiente y su contaminación, y da origen a los movimientos ecologistas. Las industrias bélica y espacial constituyen la matriz del crecimiento industrial y encabezan las tecnologías de punta de la época, pero al mismo tiempo dan lugar a las grandes corrientes pacifistas. Y la incorporación de la mujer en condiciones cada vez más plenas al mundo laboral y profesional, esto es, al espacio público, generan la aparición de las diversas corrientes feministas.

En definitiva, es el propio éxito del Estado nación lo que, desde lo privado empresario como desde lo privado sociedad civil, engendró las corrientes de poder que más tarde van a determinar la propia debilidad, la propia crisis de aquel. Llegamos así a la crisis del petróleo, pero no sólo por saturación económica, sino también por demanda social. Por un lado, los poderes económicos, los denominados poderes fácticos permanentes, de presencia permanente, que son las empresas multinacionales, los grandes capitales, la concentración del sistema bancario a raíz del auge de crecimiento industrial. Por otro lado, los movimientos sociales que demandan una mayor distribución. Al comenzar los años setenta, la crisis del petróleo no se produce solamente por el incremento de precio fijado por los países exportadores de la OPPEP, sino que ella coincide con un cambio de época que pone en crisis las instituciones y las categorías de pensamiento de la post-guerra, de las cuales los años setenta son hijos dilectos. Paradigmas que se ponen en tensión no sólo por motivos económicos, sino además por arribarse a un punto máximo de reclamo por parte de los movimientos sociales surgidos de aquel paradigma de crecimiento de post-guerra. 

La expansión cualitativa (el Estado de Bienestar) y cuantitativa del Estado-nación es el primer paso histórico: reconocimiento del Estado de Israel, independendización de la India, advenimiento de Mao Tse Tung y el comunismo en el país más poblado de la Tierra, y de allí en adelante, todo el proceso de descolonización de Asia y África, por el cual pasamos de los 51 países que firman la carta fundacional de Naciones Unidas, a los casi 200 que hoy tenemos, proceso que se da con mayor intensidad en las décadas de los sesenta.

En el plano religioso, el Papa Juan XXIII convoca al Concilio Vaticano II e inicia todo un proceso de reformas en la liturgia tendiente a aproximar a la jerarquía de la Iglesia Católica a sus fieles. Pablo VI lo continúa desde el punto de vista de la doctrina social, y en América Latina se traduce en la formación de la Teología de la Liberación y la creación del Movimiento de Curas del Tercer Mundo en nuestro país.

Adquieren una importancia decisiva las luchas y movilizaciones de Malcolm “X” y Martin Luther King por la igualdad racial en los EE.UU., la Revolución Cubana, la derrota de los EE.UU. en Vietnam, el Mayo francés y la “Primavera de Praga.

El hilo conductor entre todas estas expresiones de movilización de masas es el cuestionamiento al poder. Desde lugares diferentes las masas convergen en reclamar una participación mayor en las decisiones políticas y económicas, desde una perspectiva no individualista y no materialista, no en el sentido de la pura ganancia o mero éxito económico individual.

Este nuevo paradigma ordenador de la conducta de las generaciones nacidas a partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial tendía a abrazar a la política como instrumento hacia la conquista de porciones mayores de autoridad pública capaz de interpelar a los mercados.

La crisis de este nuevo paradigma que comienza con la conocida “Crisis del Petróleo” de los primeros años setenta, alcanza su punto culminante con la Caída del Muro de Berlín, a partir de cuando pasamos a los paradigmas opuestos de hoy día como el excesivo materialismo y el desprecio por la política como factor de cambio social.

Todo aquello que a lo largo del siglo XX hizo las veces de paraguas protector de la ciudadanía lo mencionaremos a título de repaso (esto lo vimos en el curso general del año pasado, pero si Uds. quieren lo volvemos a desarrollar). Me refiero a la pertenencia a uno de los dos grandes bloques que dividieron a la humanidad durante la guerra fría, al Estado-nación y al partido político. Lo primero, la pertenencia a uno de los bloques constituía, por una parte, un factor de incertidumbre, por la amenaza de guerra siempre latente aunque nunca concretada; pero por otra parte, se tenía la certeza que brindaba esa misma pertenencia en cuanto a encuadre ideológico, político y económico. Véase, si no, el caso de Cuba y la venta internacional de azúcar antes y después de la caída del Muro. Existían otras leyes no escritas, como por ejemplo el caso de Italia. Allí gobernó invariablemente la democracia cristiana desde 1945 hasta bien entrados los noventa. Y esto no por haber hecho siempre buenos gobiernos, sino porque esa ley no escrita decía “el partido comunista nunca gobernará un país del occidente de Europa”. Y así fue hasta la caída del Muro, luego de lo cual colapsó su sistema político, profundamente contaminado por la corrupción, una corrupción que nunca se puso en evidencia para preservar aquella ley superior de la pertenencia al bloque “occidental”. “Occidental y cristiano”, como también sucedió aquí, con una dictadura más sanguinaria de lo imaginable, pero perteneciente a ese mismo bloque.

Hasta el propio “Movimiento de No Alineados”, creado en Bandung, India, en 1955 por Nehru, Nasser y el Mariscal Tito, era un movimiento de “no alineados” al alineamiento. Pugnaban por no pertenecer pero su propio nombre se referenciaba en aquel paradigma político de época. Me hace acordar a cuando le dije a una profesora que era ateo y me respondió: “¿ateo, respecto de qué religión?”

 El Estado-nación era otro factor de certidumbre, más allá del régimen político que se adoptara. Un trabajo de Beatriz Sardo en su revista “Punto de vista”  llamado “Nada será Igual”, caracteriza la argentinidad durante el siglo XX por la posesión de trabajo estable y educación formal, ambas garantizadas por el Estado. Desde la Argentina liberal hasta la Argentina social aseguraban la instrucción y el empleo, configurando la fortaleza de la clase media que nos identificó hasta no hace muchos años.

Quienes lucharon en el “Cordobaza” —que terminó por ser el principio del fin de un gobierno muy fuerte como el de Onganía— eran asalariados sindicalizados en su totalidad, cobrando en blanco, con salario familiar, régimen previsional y turismo social asegurados; y los estudiantes recibían un nivel de excelencia en las Universidades públicas que hoy añoramos. Hoy nos preguntaríamos: ¿por qué se moviliza esta gente que vive tan bien?, lo que demuestra la falsedad de la consigna trotskysta “cuanto peor, mejor”. Un pueblo se organiza y moviliza en pos de reivindicaciones sociales y mejores políticas estatales en la medida en que ese mismo Estado a quien le reclama, le garantiza umbrales de ciudadanía. Cuando esos umbrales descienden, la organización y solidaridad social también se envilecen.

El otro —y tercer— factor de certidumbre era el partido político. Las categorías políticas argentinas llegaban a dividir familias, amistades. Aunque un candidato no gustara en sí mismo el razonamiento era: “no importa, es el candidato del partido”.

En síntesis, probablemente no terminamos todavía de asimilar la rapidez con que cambiaron aquellos paradigmas con los que nos formamos hace apenas tres décadas.

Abramos un paréntesis para ver cómo impacta esto en Latinoamérica y en la Argentina en particular. Después seguimos con el análisis universal.  

La crisis del petróleo afecta ostensiblemente a las economías más desarrolladas. No pueden seguir creciendo al ritmo que lo hacían, y se las tienen que remediar acelerando la búsqueda de fuentes sustitutas de energía. Esto precipita los tiempos de la revolución tecnológica. Ahora bien, a esta revolución tecnológica (que de todos modos iba a darse, pero en plazos más prolongados) había que financiarla. ¿Cómo se financia? Con los petrodólares, los dólares provenientes de las economías exportadoras de petróleo colocados en las plazas financieras del Norte desarrollado; esto es, los propios generadores de la crisis en lugar de invertir las ganancias en su propio desarrollo, financian la revolución tecnológica que los mantendrá postrados como sociedades y agigantará la brecha internacional.

La segunda e igualmente importante fuente de financiamiento son las dictaduras latinoamericanas de los años setenta – ochenta. Salvo Colombia y Venezuela, en los años setenta todos los países de la región vivíamos bajo dictaduras militares.

El paradigma estructuralista diseñado por la CEPAL en la década de los cincuenta como ordenador de nuestras economías es remplazado por el monetarismo financiero. Inversión – desarrollo – producción – empleo, son suplidos por tasa de interés – tipo de cambio – política arancelaria. Nuestra burguesía industrial (aquella contra la cual se discutía la distribución del ingreso, pero que finalmente generaba ingresos) resulta devastada. Nuestros Estados, y el nuestro en especial, pierden capacidad de interlocución con el poder económico.

Es en estas condiciones de debilidad estructural que retornan los gobiernos electos a la región, lo que en nuestro caso se veía agravado por los crímenes de lesa humanidad y la derrota militar en Malvinas. Gobiernos con impronta social, con buenas intenciones a nivel regional como la formación de los Grupos de Cartagena y Contadora, terminan socialmente deslegitimados y dan lugar a las fórmulas neoliberales que dominaron los años noventa, y lo peor es que lo hacen desde una fortaleza y legitimidad electoral que jamás habían tenido. “Yo vivo cada vez peor, y si el Estado no hace funcionar mi teléfono que lo haga Telecom. Ser soberanos es poder hablar por teléfono”, decía Neustadt por aquellos días, y el 80 % de la sociedad le creía…

Lógicamente, no todas las causas de la deslegitimación del gobierno de Alfonsín fueron externas. Estábamos en presencia de un modelo de época, por una parte, pero cometió errores muy, pero muy profundos que ayudaron a su caída y el advenimiento de opciones de derecha, como fueron los tres primeros puestos en la elección presidencial de 1989: Menem, Angeloz y Alzogaray.

Aquel año 1989 coincide con la Caída del Muro de Berlín. Se populariza el planteo de Francis Fukuyama sobre “El Fin de la Historia”, en términos de la eliminación de las contradicciones dialécticas hegelianas debido a la caída del comunismo o “socialismo real” que, dicho sea de paso, cae en manos del “capitalismo real”, es decir, del sistema que contiene en sí mismo la contradicción fundamental de la desigualdad.

Para esta nueva etapa en ciernes de la Humanidad las instituciones creadas a partir de la posguerra se tornan insuficientes. La ONU ya no garantiza la paz y la seguridad internacional, no tanto por la proliferación de guerras interestatales, sino por los conflictos intraestatales, de raíz social o religiosa causados por la pobreza, el subdesarrollo, el desamparo y el no-reconocimiento de la diversidad. El FMI ya no garantiza la estabilidad financiera de las economías nacionales. El Banco Mundial ya no cumple con su tarea de fomento social.

Y en medio de este interrogante sobre el diseño de nuevas instituciones, ya no de posguerra sino de “posguerra fría”, tienen lugar los atentados a las Torres Gemelas y al Pentágono. Y esto cambia de manera fundamental y dramática las categorías preexistentes. Seguramente Elisa Carrió lo haya mencionado, ella está hablando del final de las categorías emancipatorias clásicas y de la crisis civilizatoria de occidente.

Se desploma la idea de la guerra convencional y con ella los paradigmas de seguridad. En la guerra entre Estados el perterchamiento militar tenía que ver con resistir a la amenaza de ejércitos regulares, estatales. No se trata de que haya caído la curva de conflictividad mundial sino la conflictividad interestatal, para transformarse en guerras interestatales, y para algunos en “choque de civilizaciones”, no necesariamente de Estados. Los atentados, entre otras cosas, representan eso: ¿dónde está el ejército regular de Bin Laden?

Durante la guerra fría, Vietnam fue un teatro de operaciones, Etiopía, Nicaragua también lo fueron. Hoy lo es el mundo entero, en cualquier rincón, en cualquier momento y por cualquier medio.

¿Cómo reacciona Bush ante esto? Así como Clinton buscaba estabilizar los conflictos regionales y crear condiciones para el libre comercio, Bush remplaza comercio por seguridad. Pero en los hechos, al igual que el terrorismo de los atentados, genera amenaza bélica en todo el planeta, en todo momento y sin reparar en medios. Es la guerra preventiva, es decir, por miedo reacciono, invado, mato, vengo (de venganza, no de venir). La guerra preventiva es una guerra que no sabemos cuándo empieza, y por lo tanto tampoco cuándo termina. Nos pone en estado de guerra permanente.

Otro elemento diferencial de los paradigmas hasta ahora vigentes lo constituye la auto-inmolación. Si hasta ahora las políticas de seguridad se basaban en la amenaza de infringir un daño al enemigo, de qué vale eso desde el momento en que es el propio “enemigo” el que decide inmolarse.

Todo esto es la incertidumbre llevada al paroxismo. Es imposible construir un mínimo de certidumbre en un estado de guerra latente permanente. Es imposible pensar el futuro, construir sentido de futuro. Nuestras generaciones, al surgir de la terminación de la Segunda Guerra Mundial, se caracterizan por la recuperación de la noción de futuro, la tuvieron los EE.UU., la URSS, Europa.

Europa reaccionó frente a la devastación que había sufrido integrándose, fijando objetivos de largo plazo, y así llegó a ser la región más cohesionada del mundo. ¿Cómo reaccionó en cambio el neoconservadurismo, el imperio? Diciendo: “así como en su momento el nazismo, luego el comunismo, ahora es el terrorismo quien nos ataca, ataquemos en nombre de los valores de occidente”. Así, en lugar de enfrentar la incertidumbre que genera el terrorismo desde la certidumbre de la juridicidad, el neoconservadurismo estadounidense pretende erigirse en autoridad mundial despreciando el derecho y sustituyéndolo por un predominio militar igualmente artero. En lugar de la batalla cultural por el desarrollo humano, el contra-terrorismo: pánico instalado en nombre de la seguridad, inocentes asesinados en nombre de la justicia, gobiernos destituidos en nombre de la democracia, mentiras oficializadas en nombre de la ética, torturas justificadas en nombre de doctrinas humanistas, recursos naturales usurpados en nombre de la libertad económica.  

Estamos en presencia de un liderazgo mundial de carácter imperial dominante en las áreas política, económica, tecnológica, militar y cultural, pero incapaz de construir consenso para la construcción de un orden mundial sostenido por un nuevo modelo de desarrollo y una nueva autoridad pública de carácter democrático. Si el predominio del derecho sobre la fuerza, y la humanización de las penas y el juzgamiento de hechos aberrantes y crímenes de lesa humanidad en detrimento de la crueldad de la tortura y toda otra presión extrema física o psicológica significaron para la Humanidad avances civilizatorios, podemos afirmar categóricamente que nos encontramos ante un sensible retroceso. No hay reglas.

Hasta aquí, un pantallaza de cronología política. Veamos también cómo ha impactado esto en nuestros hábitos cotidianos para tratar de arribar a alguna conclusión. Para ello, en el texto que Uds. tienen y que está en la página del Instituto, se sugieren algunas lecturas.

Para algunos autores, estamos viviendo una especie de segunda restauración. Pero restauración de un orden que nunca fue, porque el combate que se da contra el terrorismo no es para restaurar un orden democrático, sino otro orden impuesto, un orden basado en el subdesarrollo, la colonización, el saqueo de las riquezas naturales, el desprecio por la identidad cultural de los pueblos nativos, el sometimiento.

El terrorismo puede definirse de diversas formas, pero todas ellas implican una profunda inmoralidad. La profunda ilegitimidad moral del terrorismo por su proceder artero, su movimiento oculto, su ataque a inocentes, exige una matriz de lucha de considerable estatura moral. Sin embargo, en los hechos se lo combate mediante una doctrina y una praxis que reproducen su misma degradación.

Volviendo al concepto, a mi juicio inexacto, de “restauración”. Históricamente, las restauraciones —piensen en alguna de ellas— se horrorizan ante el pensamiento. No toleran el pensamiento, y albergan así una violencia esencial, le dan escencialidad a la categoría de la violencia. No caben nociones como la confrontación de las ideas, a las ideas del otro las tengo que estigmatizar y por lo tanto tengo que generar un combate esencial que es esencialmente violento, tengo que combatir la violencia mala con una violencia esencialmente buena y termino legitimando, universalizando la legitimidad de la violencia.

De aquí que los años de mayor avance civilizatorio del siglo XX se inician con el combate a la lógica del exterminio. En la primera posguerra, los vencedores se jactan de humillar a Alemania. Versalles busca terminar con Alemania. Es precisamente de ese espíritu alemán humillado que abreva Hitler diciéndole a su pueblo: “no nos podemos dejar humillar, somos el país más fuerte de Europa”. En cambio, luego de la Segunda Guerra Europa integra a Alemania y se lanza a reconquistar el desarrollo.

En el caso del stalinismo, lo que legitima esta violencia esencial es el partido político. Y entre otros medios lo hace mediante la estatización de la cultura, es el teatro de Bertolt Brecht. En cambio, los EE.UU. difunden más tarde el imperio mediante la socialización de la cultura, es el cine, es Hollywood.

Del exterminio, la humillación y la eliminación de los opuestos de la primera posguerra, se pasa al intento de diseñar una moral universal, con la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de Naciones Unidas.

El trato de los prisioneros de guerra fue un factor civilizatorio. En un debate reciente en la NBC acerca del destino de los prisioneros de Guantánamo, uno de los argumentos para la validez ético-legal de su estatus era que “son aquellos a los que no alcanzaron las bombas”: dado ue eran el blanco de los bombardeos estadounidenses y habían sobrevivido por casualidad, y, considerando que este bombardeo formaba parte de una operación militar legítima (recordar lo que decía Jaguaribe sobre la “tolerancia de los estadounidenses a cierta tasa de víctimas en las sociedades atacadas”), no se puede condenar su destino al haber sido tomados como prisioneros después del combate; cualquiera fuera su situación, es mejor, menos severa que estar muerto… Este razonamiento dice más de lo que pretende: coloca al prisionero casi literalmente en la posición del muerto vivo, aquel que de cierto modo ya ha muerto (su derecho a la vida se ha perdido por ser blanco legítimo de bombardeos fatales), de manera que ahora se ha convertido en lo que Giorgio Agamben llama homo sacer, aquel que puede ser asesinado con impunidad pues, a los ojos de la ley, su vida ya no importa.

El “choque entre las civilizaciones” árabe y estadounidense no es un choque entre la barbarie y el respeto a la dignidad humana, sino un choque entre la tortura brutal anónima y la tortura como un espectáculo mediático en el cual los cuerpos de las víctimas sirven de anónimo telón de fondo para los rostros estúpidamente sonrientes —“inocentes estadounidenses”— de los propios torturadores. Al mismo tiempo, se tiene aquí una prueba de que, para parafrasear a Walter Benjamín, todo choque de civilizaciones es el choque de las barbaries subyacentes.

Veamos también algunas paradojas. Uds. notaron que una de las categorías del marxismo es la alienación del trabajo, el cuestionamiento a las cadenas productivas que terminaban separando al trabajador del producto final, porque sólo lo hacían participe de una parte ínfima de la cadena productiva marginándolo por completo del producto final. Pero desde que el fin de la industria fordista y taylorista llevó a tantos millones de ex trabajadores a la miseria, muchos de ellos extrañan aquella protección que les brindaba el sistema industrial a pesar de la alienación. ¿Cómo sentirse más liberados, con aquella alienación o con esta indigencia? Una de las frases del texto dice: “la rutina puede degradar, pero también puede proteger; puede descomponer un trabajo, pero también puede componer una vida”.

Ante la observación de disconformidad que acaban de hacerme, no es que esté de acuerdo con esa frase, simplemente señalo la paradoja. Así como que en 1968 se luchaba para cambiar un sistema, hoy se lucha para sentirse incluidos en él.

Para horrorizarse ante el pensamiento se necesita minimizar la palabra, porque la palabra crea pensamiento. Cuanto menos palabras, menos pensamiento. La idea de comunidad virtual tiene que ver con esto. Comenzamos con la telefonía celular: la hipercomunicación garantiza la incomunicación, se trata de la hiperconexión sin comunicación. Cuánta gente está en el coche o en la cola de un supermercado y lo primero que hace es revisar si tiene mensajes en el celular. ¿Para qué? Para verificar que alguien se acordando de ella. La introspección es una categoría superada, es una categoría del pasado.

Otra característica de la fluidez, de la evanescencia de la era actual es la promiscuidad. No tener espacio, vivienda, un lugar dónde estar. Uds. se han puesto a pensar en cuántos millones de compatriotas y en cuántos miles de millones de congéneres nuestros en el mundo su universo simbólico se circunscribe al hacinamiento, la violencia doméstica, el incesto, la droga.

La cara opuesta, pero siempre dentro de esta misma idea de no-espacio es el globalizado, el cosmopolita. Se trata de aquellos para los cuales se terminaron los lugares estables, con más razón la patria, el barrio, porque pasan su vida en hoteles, shoppings y aeropuertos. Da casi lo mismo cualquier hotel, cualquier shopping, cualquier aeropuerto. Todos se hacen con el mismo material, con la misma decoración. Disgresión: mi hijo más chiquito está juntando exactamente las mismas figuritas del mundial de fútbol que juntan los chicos de Trinidad y Tobago o de Costa de Marfil.  

Me gustaría leerles un breve y hermoso texto sobre la paradoja de el lugar y el no-lugar. Peer Gynt, héroe de la pieza teatral de Visen estrenada en 1867, vive obsesionado con encontrar su verdadera identidad. Temía más que a cualquier otra cosa quedarse atascado en una identidad por el resto de su vida: “eso de no tener carril de retirada es una situación ante la que nunca claudicaré”, y lo concreta bailando todo el tiempo, practicando el arte total de arriesgarse. Para que dicha estrategia tenga fruto, Peer Gynt decide “cortar los vínculos que te unen a cualquier parte a tu hogar y a tus amigos. Incluso ser Emperador es un asunto cargado con el lastre de muchas obligaciones y coacciones”. Gynt sólo deseaba ser el “Emperador de la Experiencia Humana”. Al final de su larga vida, perplejo, triste y confundido, se pregunta: “¿dónde ha estado Peer Gynt todos estos años? ¿dónde he estado yo mismo, el hombre de verdad completo?” Sólo Solveig, el gran amor de su juventud que permaneció fiel a ese amor cuando su amante decidió convertirse en Emperador de la Experiencia Humana, pudo responder la pregunta…, y lo hizo. ¿Dónde estabas tú? “En mi fe, en mi esperanza y en mi amor”.

Richard Rorty, en su libro “Forjar nuestro país: el pensamiento de izquierdas en los Estados Unidos del siglo XX” (Paidós, Barcelona, 1999), escribe sobre la “izquierda cultural” estadounidense: se especializan en lo que denominan “políticas de la diferencia” o “políticas de la identidad” o “políticas del reconocimiento”. Esta izquierda cultural se toma más en serio los estigmas que el capital, las motivaciones psicosexuales profundas que la codicia descarada … y prefiere no hablar de dinero. Su enemigo principal es una estructura mental más que una estructura de relaciones económicas.

En el camino hacia la versión “culturalista” del derecho humano al reconocimiento, cae por la borda la tarea incumplida del derecho humano al bienestar y a una vida vivida con dignidad. Lo que se ha perdido de vista a lo largo del proceso es que la demanda de reconocimiento es impotente a no ser que la sostenga la praxis de la redistribución.

Rorty ofrece una ruda descripción de los usos actuales de la antigua estrategia del divide et impera: “La meta será distraer a los proletarios con otras cosas y mantener al 65 % inferior de estadounidenses y al 95 % inferior de la población mundial ocupados con hostilidades étnicas y religiosas … si se evita que los proletarios piensen en su propia desesperación a través de la difusión de pseudo-acontecimientos creados por los —incluyendo guerras ocasionales y sangrientas— los superricos no tendrán nada que temer.” Cuando los pobres luchan contra los pobres, los ricos tienen los mejores motivos para alegrarse.

Respecto de la liviandad del análisis de la izquierda cultural estadounidense, dice Zizek: “casi como una convención, en el discurso crítico y político actual la palabra “trabajador” ha desaparecido del vocabulario, sustituida u obliterada por “inmigrantes”: argelinos en Francia, turcos en Alemania, mexicanos en los Estados Unidos; de este modo la problemática clasista de la explotación de los trabajadores se transforma en la problemática multiculturalista de la “intolerancia de la Otredad”.

 

Para Zygmunt Bauman, “el aburguesamiento del proletariado llevó a la proletarización de la burguesía”.

Quisiera terminar diciendo que todo esto no tiene salida desde las categorías anteriores, sino desde el reconocimiento de una nueva autoridad pública. Yo suelo hablar de “Polis”, como demarcación del límite hasta donde llega el reconocimiento de ciudadanía. Este nuevo tipo de autoridad pública no podría tener lugar por fuera de la recuperación de la noción de “virtud” y de bien público. Si la autoridad pública no se ejerce desde la virtud, terminamos en el ciudadano convertido, en el mejor de los casos, en usuario y consumidor.  

La cuestión de la autoridad pública, en el contexto de los actuales conflictos raciales, religiosos y culturales, y de las catástrofes climáticas, la inseguridad energética y los desafíos que presenta la relación ética-tecnología, requiere nuevas categorías de pensamiento para un abordaje que pueda salvar el planeta. Y sentirnos cada uno parte esencial de la Humanidad. En cualquier lugar del mundo, una injusticia debería conmovernos y generar una lucha por recuperar la justicia. Pese a que esto, dicho a un joven desencantado de la política, parezca no tener soporte o carnadura.

 Elisa Carrió propone retomar el imperativo categórico de Kant, es decir, proceder de tal modo que mi conducta pueda ser una máxima universal.

Ante la pregunta sobre las relaciones de producción, mi respuesta es que el capitalismo encierra en su propia esencia una traba filosófica, y es que no es redistributivo. El mundo produce mucho más de lo que necesita para cubrir las necesidades básicas de sus habitantes, no se trata de una cuestión de leyes de la economía, sino de leyes morales de la economía, en cuanto a la relación producción-distribución. Hasta tanto el problema no se aborde desde esa dimensión, la tensión seguirá y será cada día más violenta.

En esta discusión sobre los nuevos paradigmas se cuela el debate sobre los conceptos de empleo y trabajo y su incidencia sobre el futuro de la Humanidad. Y las nuevas modalidades de empresa, de Universidad, en fin…

         Queda pendiente, y lo recomiendo especialmente, la lectura de los textos sobre el lamentable ocaso del seguro social universal y sobre la cultura de lo descartable.

         Nos hemos pasado del horario previsto. Nada más por hoy, muchas gracias.

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